Capítulo Dos: Yeferson y el caos.

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Tal parece que el accidente de Yeferson conmocionó a todo el barrio, sobre todo porque ustedes no saben la cantidad de gente que ha venido a chismosear a la clínica. Tal vez sólo por conocer la pieza, o en realidad para dar las condolencias, un mensaje de apoyo y hasta traer para comer pastel de pollo. El caso es que muchas han sido las personas que han llegado a la puerta del hospital a preguntar por él.

Los celadores, llegaron al punto de empezar a repartir fichos para los que vienen a ver al muchacho del 209. Pareciera que tuviéramos un fenómeno en una jaula. Todos quieren verlo, todos quieren tocarlo, quieren saber qué pasa con él. Es por eso que para no tener que vender el taxi, yo decidí poner un sombrerito con una notica, a ver si alguien nos colabora para pagar la pieza. Porque si, las piezas no sólo son como las de un hotel cinco estrellas, valen casi lo que un hotel cinco estrellas.

Pero el caos total no fue sólo encontrarse con el cariño de la gente, porque plata sí nos echaron en el sombrerito. El caos fue encontrarnos con una gran sorpresa: las dolientes de Yeferson.

A eso de las nueve de la mañana apareció una muchacha, de esas buenas, peliteñidas, que se ponen pantalones rotos, con más rotos que tela. Venía chupando bom bom bum de fresa y con su lengua roja me preguntó que dónde estaba el muchacho. Yo le pregunté que quién era y ella me respondió, sin espabilarse: “la novia del Yefer”.

Yo me quedé de una sola pieza, esa niña, que parecía un maniquí no podía ser la novia de mi hijo. Me imaginé a mis nietos todos caminando como robocop. Ella no pudo entrar, Yurany no la dejó, porque según ella, es una de las zorritas del colegio y cree que tiene algo con Yeferson.

Pero no sólo eso, a las once apareció otra, más bien gordita, de esas que parecen acomplejaditas. Con el pelo liso y negro, con más polvo en la cara que una cementera y los labios pintados de rojo, parecía que la anterior, la del bom bom bum, la hubiera pintado con la lengua.

Esta también preguntó por Yeferson y casi se gana una desmechada de la otra que la iba a agarrar del pelo. Yurany sí la dejó entrar, la desmechada fue mi muchacha.

A la una apareció otra, estaba toda raspada, como si Yeferson se hubiera tirado con ella a rodar por las escalas pensando que era una manga. A esta no la dejamos entrar. Traía comida, así que la dejamos con nosotros un rato, sobre todo porque yo la aceptaría como mi nuera, es más, la cambiaría a ojo cerrado, chan con chan, por Yurany. A ver si al fin podemos comer algo más que arroz con huevo.

Creo que después de hablar con esta, la raspada, no voy a vender el taxi. Ya que Yeferson no se cayó por las escalas, la caída fue con esta muchacha, en la moto del primo Ferney. Según cuentas, por estar conversando el par de pendejos, el de adelante, o sea mi hijo, no miró que se metió al otro carril y por esquivar el bus que se los iba a llevar por delante, perdió el control y fue a estrellarse contra un muro, donde se dieron un totazo que tiene al muchacho postrado en una cama y a mi con ganas de que se despierte para volverlo a postrar por irresponsable.