Capítulo Doce: Ganar y perder

431

Hoy todo volvió a la normalidad, la gente se devolvió de sus vacaciones e inundó otra vez las ciudades con su presencia, llenándola no solo de ellos, sino de caos.

Yo salí por primera vez a probar cómo había quedado el 431 con los gallitos que le compré. Así que desde muy temprano ya estaba en la calle.

Lo bueno de estos nuevos aparatos que le puse al taxi es que con ellos ya no hay que salir a cazar los clientes, lo malo es que todavía no los sé manejar muy bien.

A eso de las nueve de la mañana, el mando dió un pitido y mostró un servicio cerca a donde yo estaba. Lo acepté y ahí mismo el mapa se activó, me trazó una línea azul y mostraba cómo mi carrito se movía dentro del mapa. La cosa fue que el aparato lo había puesto al revés entonces las calles que deberían estar adelante, quedaban detrás en el mapa. Fue un enredo; y el primer cliente con aparatos que perdí. Pues la gente cuando llama está más afanada que cuando va corriendo por la calle.

Lo más increíble de todo es que el aparato ese me canceló el servicio y yo de la rabia que tenía con él, lo giré y mágicamente el mapa se compuso. Yeferson dice que tiene además de GPS, un giroscopio, que yo no sé qué es, pero que me arregló el aparato.

Después del inconveniente, empezaron a llegar los servicios y a subirse clientes, hasta que llegó la hora pico. Ahí sí que se complicó todo. Tocó aguantarme una hora de taco con una cliente que recogí en el centro y que no hacía sino quejarse y quejarse, además me pidió que quitara la emisora, porque “La Luciérnaga” era un programa de mamertos y me dieron ganas de bajarla. Pero como no quiero una sanción de la empresa, tocó quitársela y escucharle la conversación por celular.

Iba diciéndole al marido que aún no había salido del trabajo, que estaba muy ocupada con unos números que no le cuadraban, que se iba a demorar otro poquito, que más o menos a las diez de la noche iba a llegar.

¿Pueden creer la mentira? Yo me quise reír, pero no pude. Igual seguía escuchándola hablar. Hasta que después de una hora de trancón llegamos a un restaurante y allá salió un señor, canoso, como treinta años mayor que ella, que podría ser su papá, y pum, le zampó un beso y a mi me dio veinte mil y me dijo que no había problema por la devuelta.

Así me aguanto cualquier taco. Cualquiera.