Capítulo Trece: La Cenicienta

Era la mañana de un Martes, salí a eso de las seis a buscar qué recoger. Iba tranquilamente por los lados del Estadio y me pitó el mando. El servicio era a seis cuadras de ahí. Así que emprendí marcha al lugar que marcaba el mapa.

Llegué, era una casa gigante. A esa hora me da pena pitar para avisar que ya llegué a recoger a la gente, porque pues, hay vecinos durmiendo y me parece muy maluco que la gente se despierte por culpa mía.

Esperé unos cinco minutos a que salieran de la casa. Eran una pareja, ambos iban para El Poblado, cada uno a un lugar distinto. Ella se quedaba primero y él iba para una de esas lomas.

Conversaban como una pareja de recién casados, íbamos atravesando toda la ciudad, tratando de evitar los tacos más grandes del mundo. Hasta que llegamos a La Diez y allá nos esperaba el taco de siempre, nos movíamos a dos centímetros por hora, era increíble la congestión, como si la ciudad tuviera sinusitis.

Cuando alcancé a coger la avenida El Poblado, me encontré con otro delicioso trancón. Pareciera que esta ciudad estuviera diseñada especialmente para vivirla leyéndole las placas al de adelante. El muchacho se desesperaba, la muchacha lo calmaba. Él alegaba que no podía hacerlo porque tenía una presentación que definiría su ascenso en la empresa y si llegaba tarde, sería casi la pérdida del trabajo.

A ella la dejamos como a las siete y media de la mañana en el Edificio Santillana. Y ahí empezó cristo a padecer, porque ese muchacho se enervó todo. Que tenía cinco minutos para llegar a la oficina, que quedaba en otra oda a los tacos en Medellín: la Loma de los Balsos. Yo le dije que si quería llegar en cinco minutos o tenía que ser Cocú o comprarse un avión y tal parecía que con el aumento, todavía no le alcanzaba. Así que como ofuscado porque el taco no se movía, empezó a hacer llamadas a diestra y siniestra.

Como a las ocho de la mañana llegamos al Complex Los Balsos y allá se bajó ese muchacho, pagó y a las carreras se bajó, yo lo llamé y lo llamé, pero no se devolvió. Había dejado un celular que se parece a la pantallita de los mapas. Ahora hay que esperar a que llame para entregárselo de nuevo.