Una mujer no necesita tanto picante

Era Septiembre de 2006. Yo estaba en once y estaba por definir lo que quería estudiar, la verdad eso ya estaba definido, faltaba el dónde.

Me invitaron a un encuentro de publicidad en una universidad para ver si así me enamoraba de ella. Era un Martes, llovía mucho.

Yo iba en representación del INEM. Había estudiantes de todos los colegios de Medellín y sobre todo muchas niñas del Lola González.

Durante el evento, nos juntaron en grupos y nos pusieron a hacer campañas de publicidad para marcas inventadas.

Mi grupo era integrado por cuatro niñas y yo. Dos de ellas del Lola González, una de ellas perfecta, tanto que protagoniza esta historia.

Era bajita. Como de 1,50 m. Pelo castaño, uniforme ceñido al cuerpo. Curvas y una nalga prominente. Les dije que era perfecta.

Hablaba suavecito y era medio lengüisopa. Nos entendimos muy bien, tomamos las riendas del grupo y lo sacamos adelante.

Yo escribí todos los textos y hasta un jingle de radio. Ella hizo todo lo gráfico, tenía una mano majestuosa. Era la cereza de mi helado.

Nos fue tan bien exponiendo. Ella y yo expusimos, que nuestro grupo se ganó la licitación que nos ofrecía becas para estudiar en dicho lugar

Teníamos el 100% del primer semestre gratis y libre de matricula. Celebramos. Dijimos que nos veíamos en Enero.

Pero no fue así. En esa época acostumbraban hacer entrevistas. Cuando me tocó a mi, ella iba saliendo de la suya. Hubo sonrisa.

Esa mujer era una cosa con el uniforme del colegio y otra muy distinta en jean, blusita y chanclas. Además tenía unas gafas que dios santo.

El caso es que intercambiamos risas complices, yo, que toda la vida he sido feo, sentía que una mamacita me estaba parando bolas.

Llegamos a Enero, primera clase un lunes a las ocho de la mañana, era Taller gráfico. Como buenos nerds llevamos un block gigante, colores.

Yo llegué cinco minutos antes. Me metí al salón y ahí esperé a que llegara el resto de la gente. La puerta era tras nosotros.

Ella llegó tarde pero levantó las miradas de todo el salón. Se sentó a mi lado, me miró y me preguntó: ¿Me puedo sentar con vos?

Yo le corrí la silla y la dejé sentarse a mi lado, le presté mi sacapuntas y mi borrador. A partir de ahí fuimos casi que inseparables.

De ahí en adelante empezamos a hablar todo el día, todos los días, nos llamábamos por teléfono, hacíamos los trabajos juntos.

Ella resultó ser una tesa, sólo tenía un problema: escuchaba reggaetón todo el día. Pero eso se le disculpaba, era exageradamente bella

Hablábamos por chat hasta entrada la madrugada y hasta ella me invitaba a sus bailes, pero yo no iba, porque pues, era muy radical.

Eso sí, hacíamos los trabajos juntos. Hasta comíamos juntos, almorzábamos o desayunábamos. Una vez al día compartíamos la mesa.

La gente hasta creía que eramos pareja. Pero no. Íbamos despacio, ella tenía roto el corazón y yo no quería ser el clavo que sacara otro.

Un día, todo cambió, ella me mandó una canción de Alex Ubago. Esta: http://www.youtube.com/watch?v=Yihq4rxUKg4

Yo le pregunté que qué era eso y ella me respondió: «una canción que te sale a vos». Yo quedé groggy. Me dijo que teníamos que hablar.

Ese día llegó, era de mañana y ahí empieza lo que le pone título a la historia. Ya estábamos en segundo semestre, tuvimos clase de seis.

Como cada una de nuestras clases de seis, desayunamos juntos. Salimos a comer en las empanadas de la esquina.

También teníamos eso en común: un gusto por las empanadas hasta raro. A ella le gustaba con ají dulce, a mi no. En eso discrepábamos.

Estaba espectacular, con un pantalón como beige y una camiseta verde claro.

Así, directo como soy yo, le dije: ¿Y qué era lo que teníamos que hablar? Pedimos tres empanadas. Yo mordí la mía y ella la de ella.

Es que no sé por donde empezar, me dijo. Yo le eché una cucharada gigante de ají a la empanada. Pues por el principio, le dije.

Está bien, me dijo. Tomó un sorbo de un Hit de Naranja piña que siempre pedía, como para aclarar la garganta.

Yo sonreí, estaba como nerviosa y yo también. Le dí un mordisco a la empanada y ahí fue que me tiré en la batica de cuadros.

Por un acto de física extraña, yo soy publicista y no sé nada de física. Pero es una ley que dice: «Si muerdes la empanada con ají y muchas ganas, inmediatamente el relleno de esta saldrá por debajo»

Eso ocurrió, el ají, rojito como es, salió volando increiblemente y le manchó la blusa y el pantalón beige a la chica.

Mi vergüenza fue descomunal, cogí todas las servilletas que había y me disculpé como dos mil veces.

Ella me dijo que me tranquilizara, que no pasaba nada. Efectivamente eso fue lo que pasó: ¡NADA! No me dijo lo que me iba a decir.

Es más, la relación se fue al piso. Las conversaciones dejaron de fluir. La mancha del pantalón nunca salió.

Después me enteré que quedé como un grotesco y vulgar mal comedor. Yo sabía que masticaba con la boca abierta, pero no era tan asqueroso.

De ahí en adelante me tocó desayunar solo y ella consiguió un novio y me lo restregó durante parte de la carrera.

empanadas con aji