Esta historia, tiene una protagonista que ustedes ya verán que yo fui muy pendejo. Es la misma de los siete mil pesos.
Ella estudiaba en una universidad privada, algo como con diseño gráfico. Entonces por la «afinidad» entre nuestras carreras yo le ayudaba.
A veces el ayudarle era, darle las ideas y que ella plasmara, porque a veces le daba muy duro sacar una, se bloqueaba muy fácil.
El caso es que en su carrera empezó a ver algo así como semiótica y otra como Lengua materna. Les tocaba leer y escribir mucho.
Entonces como yo siempre me las he dado de que escribo, pues ella me ponía a que le ayudara con sus trabajos de esas dos materias.
Además, mi papá daba clase de semiótica en donde trabaja y por ende hay varios textos de este tema acá y el viejo la podría guiar
La situación pasó de castaño a oscuro cuando mi guía se convirtió en un «Hazme el trabajo, que es que yo no soy buena para eso»
Frase que terminaba con Juanse trasnochando escribiendo y la muchacha durmiendo. Bello cuadro, no se imaginan. Eramos como Neo y Trinity.
Donde ella era Neo (que no hace nada en Matrix) y yo era Trinity (El que le soluciona los problemas al pendejo/a).
Un día, la conchudez vino de la mano de una bonita frase que marcó una noche. Yo no supe cómo reaccionar. La frase fue la siguiente:
«Amor, me tengo que leer este documento de semiótica y escribir un ensayo o un cuento, la cosa es que yo dije en clase que vos escribías y que a vos te salían las cosas muy fácil, así que aunque no lo creas, vendí seis ensayos tuyos». Yo me quedé estupefacto. ¿Qué hacía?
Le pregunté que a cuánto había vendido los ensayos y me dijo: «Van a dar 25 por cada uno». Los ojos me brillaron, era plata que no tenía-mos
Le pregunté que a cuánto había vendido los ensayos y me dijo: «Van a dar 25 por cada uno». Los ojos me brillaron, era plata que no tenía-mos
Los documentos eran cortos, de cinco páginas en Times New Roman a diez puntos. Había que leer uno por uno y escribir ensayo por ensayo.
Como dice el dicho: Cagado un dedo… Dije que sí, la plata la necesitábamos. Así que manos a la obra. Los documentos eran raros.
Era como filosofía mezclada con ciencia ficción y escritos por el profesor, que a la vez se creía intelectual, así que no se entendía NADA.
Pero como yo soy buen novio, creo, empecé por el cuento/ensayo de ella. Y bueno, con ella al lado, era como trabajar bajo presión.
Escribí un ensayo de tres páginas, como mil quinientos caracteres, todo muy legible, muy bonito. Lo disfruté al máximo. Ella quedó contenta.
De ahí empezó el otro documento, era como de estatuas y no se qué más, me fajé un cuento, no se imaginan.
Ella se tuvo que ir para su casa y yo seguí trabajando juicioso, leyendo documento por documento hasta tres veces para entenderlo..
Dándole la vuelta y escribiendo cuentos/ensayos que dosificaran todo ese conocimiento que estaba adquiriendo.
Al final, como a las tres y media de la mañana, cansado, con dolor de cabeza, me fui a dormir, tenía que levantarme a las cuatro y media.
Le mandé todos los documentos al correo para que los imprimiera y se los entregara a sus compañeritos. La condición era: Chán con chán.
Le mandé todos los documentos al correo para que los imprimiera y se los entregara a sus compañeritos. La condición era: Chán con chán.
Yo siempre he sido malo para contar plata, así que veinticinco por seis me daba como seiscientos mil pesos. Con eso iba a comprar hasta casa
Esa relación tuvo algo particular: nos veíamos todos los días, todos. Así que en la tarde iba a tener la plata e iba a ser muy feliz.
Cuando llegó la tarde, fui a recogerla donde siempre la recogía. En esa época no había carro, yo iba en colectivo y la esperaba en un sitio.
Ella se demoró más de lo que siempre se demoraba, yo casi que me leí Rayuela dos veces, una en orden y otra en desorden y ella no llegaba.
Igual, no podía hacer nada, tenía plata para los pasajes de los dos y nada más. A mi me ofusca esperar, pero con un libro, me parcho.
Como cuarenta minutos después de haber llegado a esperarla, ella llegó. Venía con el bolsito negro de siempre cruzado y Además, traía en las manos unas bolsas y una sonrisa de oreja a oreja que yo, como un pendejo, creí que era por verme.
Me saludó con un beso y sonriente me dijo: «Vamos para tu casa, te muestro una cosa». Yo le dije que no había problema.
En el colectivo me dijo que a la gente le habían gustado mucho los ensayos y los cuentos y que muchas gracias mandaban a decir que me iban a tener en cuenta para otros trabajos en el futuro. A mi me alegró, eso sería, por ende, más plata en el futuro.
En medio de la conversación, le dije: «Oiste, ¿Y todos te pagaron?», Ella me miró sonriente y me dijo: «Claro, todos»
«Pero…» me dijo alargando la o. «Me antojé de unas cositas y tomé prestada una parte». Yo la miré y le dije que qué era. Ella sonrió.
Me dijo que al rato me mostraba, que apenas llegáramos a la casa. Yo me quedé dormido en el colectivo. Ella también.
Cuando llegamos a la casa, yo empecé a hacer el almuerzo y ella, con su sonrisa de oreja a oreja, puso las bolsas a un ladito en la cocina.
«Mira lo que me compré…» me dijo y empezó a sacar un vestidito de una de las bolsas. El vestido era un vestido normal, de veinticinco mil.
Pero no, no era de veinticinco mil, porque tenía una raquetica bordada y una tarjeta de Tennis. El vestidito valió setenta mil.
Pero no sólo eso, también se había antojado de un bolso y pues, estaba súper barato, valía como cincuenta mil y pues, lo compró.
Me dijo que esperaba que no me chocara, que igual, era un préstamo y que esa plata iba a volver. Yo hice cuentas y ya no alcanzaba para casa, tocaba conformarse con carpa de camping en forma de iglú. Pero la cosa no terminó ahí. Quedaban como cuarenta mil pesos.
De esos cuarenta mil pesos, me dijo: «Toma, te doy veinte mil y yo me quedo con los otros veinte para mis pasajes». Yo la odié con amor.
¿Usted ha odiado con amor? Es como ganas de darle un beso y ahogarla con la lengua, cortarle la respiración y enterrarla en el patio. Eso.
Le cociné el almuerzo más rico de la vida, casí se lo escupo, pero en ese momento Eminem me parecía muy inmaduro. Así que le serví, dejé que lavara los platos y me senté a pensar cómo se me fueron ciento veinte mil sin siquiera llegar a mis manos.
Cuando fueron a entregar la nota de los ensayos esos, hubo suspenso. Yo le preguntaba todos los días y ella me decía que nada, que aún no.
Hasta que llegó un día, con odio en los ojos, casi lágrimas. Mi iPod en sus oídos, la rabia entre el pecho, se la pude oler.
La fui a saludar de pico y me quitó la cara. Yo me asusté. ¿Qué habría hecho? ¿Habría mirado a otra vieja en Oviedo sin darme cuenta?
No, no había hecho nada, o bueno si, lo había hecho todo; resulta que ese día entregaron las notas del ensayo ese. Ella sacó tres con nueve.
Pero la causa de su odio fue que, de todos los ensayos que yo había escrito, el de ella era el de la nota más baja.
Es más, de esos seis ensayos, tres habían quedado en Cinco y no sólo eso, el profesor le pidió permiso a sus alumnos. Los iba a publicar.
En esa universidad hacían como un Fanzine de estudiantes y los buenos trabajos, los publicaban allí y tres ensayos míos iban a estar Con otros nombres, pero yo iba a tener el orgullo de decir: son míos y esos vagos me pagaron por ellos. Pero no señores.
Esa mujer, enojada, me mandó a comer mierda, me dijo que yo era un irresponsable, que era increíble que no me esforzara por ella, que era un descarado, que ella consiguiéndome trabajo y yo le salía con eso, que hasta ahí llegábamos, que era el colmo.
Esa tarde me fui sin plata, sin novia, pero con ensayos publicados en fanzine de la universidad. Era como una tristeza alegre. Así.
Ella se fue enojada, con mi iPod alegrándole el viaje. A la semana volvió, necesitaba un ensayo y no le salía. Yo, como pendejo, lo escribí.