Capítulo siete: La visita

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Después de todo lo que había pasado la noche anterior Yeferson despertó con una tristeza en la cara, de esas que a nosotros los papás nos hieren el alma.

Le pregunté qué le pasaba y no me respondió. Yurany lo miró y le preguntó, él no quiso decir nada.

Al desayuno estuvimos en la mesa. La Costrica llegó al medio día y ni ella pudo sacarle una palabra a Yefer.

A las dos de la tarde, cuando yo no sabía qué hacer, decidí ser arbitrario.

-¡Se me arreglan todos, vamos a ir a hacer una visita!- Grité.

Las dos muchachas estaban frente al televisor pintándose las uñas y Yeferson reflexivo en su pieza.

Salí al taxi para arreglarlo para el viaje. Las muchachas fueron las primeras en aparecer. Iban toteadas de la risa, escuchando reggaetón en el Blackberry de La Costrica. Yeferson se demoraba un montón.

Las dos muchachas se montaron en la parte de atrás del carro. Yo fui a prenderlo para que se calentara y fue inútil. El maldito carro no prendía, corcoveaba, pero no prendía y Yeferson nada que aparecía.

A mi se me fue subiendo todo. Esa puta máquina no prendía y mi hijo retrasaba la salida, parecía una niña arreglándose.

Después de tres hijueputazos, Yeferson salió de la casa, el 431 no prendió.

El muchacho parecía un evangélico; se había puesto un pantalón caqui y una camisa azul con rayas verticales blancas, la llevaba por dentro del pantalón, dejando a la vista una correa de cuero café. Además, por primera vez en la vida, había lustrado los zapatos que brillaban con el sol. Del peinado ni hablemos, era la primera vez que no se engominaba el pelo. Su estadio, que peinado parecía el Maracaná, hoy parecía cancha de barrio pobre.

Ya teníamos solucionado uno de los dos problemas. Ahora había que prender el carro.

El plan era que Yeferson empujara y yo tratar de prenderlo. El muchacho, perfumado y todo, iba a llegar sudado al lugar para el que íbamos.

Me subí al taxi, solté la emergencia y dejé que la pendiente y la fuerza de Yeferson me empujaran hacia adelante. Cuando vi prudente, le di un giro a la llave.

El carro prendió, íbamos a poder irnos de visita. Sólo hubo un inconveniente más: la mala cara de Yeferson que venía zapateando y con el pantalón con un lunar negro causado por un taco de gasolina que soltó el mofle. Algo que tal vez llevaba años ahí estancado.