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A Yeyo.
Poco a poco se fueron desnudando, acostados en la cama de ella, Andrea, asi se llama, su habitación color rosa, con mensajes pegados en la pared y que llevaban la firma de él, Carlos y muchos te amo que podrían inundar una piscina, pese a llevar tres meses de relación.
La cama con un colchón un poco duro, él empezó por besarla, pese a que ya estaba desnuda, la miró a los ojos, empezó a bajar con su lengua por el cuerpo de ella, blanco, senos no muy grandes, sus brazos aferrados al cuello de él, su sonrisa a flor de piel y lo erizado de sus poros a un nivel que él jamás se había imaginado.
La miró fijamente a los ojos, se posó sobre ella, con sus piernas abrió lentamente las de ella, la penetró, pero estaba tan excitado que no pudo consentir un minuto adentro, por lo que la eyaculación lo sorprendió.
Sonrió, su cuerpo erizado, no pudo volver a tener la erección, ella sonrió, eso no era normal, pero igual, supo entenderlo. Se quedaron abrazados, desnudos, entre besos y mordiscos.
Esa tarde, Andrea y Carlos, tuvieron una tarde fugaz, simple, así como la primera vez de ambos. Haber aprovechado ese momento en el que ella estaba sola en su casa, les hizo disfrutar ese instante que no duró quince minutos; a los catorce años de ella y los quince de él, nunca concibieron que nueve meses después, su adolescencia y juventud, la pasarían entre pañales, teteros y baberos.