Besos estampados

Nota: Este cuento nace en el metro, mientras leía y miraba alrededor cómo transmitir un mensaje.

Llevaban con esta, tres semanas, dos días, seis horas y veinte minutos de haber empezado a hablar, el uno sabía de la existencia del otro desde hacía varios años, pero apenas hace poco se atrevieron a dirigirse la palabra.

Ella tal vez sería ingeniera, sobresaliente en su trabajo, él un escritor más de los que hoy pululan en el mundo, malo como casi todos. Sus conversaciones eran por chat o por celular generalmente y hoy por hoy llevaban en sus letras y frases tanta confianza que podrían vivir la vida juntos, al menos lo que les quedaba de ella.

Esa noche él rompió el hielo con solo cinco preguntas cuando la vio conectada.

-¿Cuántos besos caben en tu rostro? ¿Cuántos en tu bandeja de entrada? ¿Cuántos en los muros de tu casa? ¿Cuántos en tu pecho? ¿Cuántos guardarías bajo tu almohada?

Ella, sorprendida por la pregunta sonrió, pensó un rato y luego respondió.

-Buenas noches caballero de las letras frágiles, no se nada al respecto de tus preguntas, pero… ¿Cuántos serías capaz de darme?- preguntó al final.

Él no le dijo nada, cerró la sesión que tenía abierta en su correo electrónico y organizó todo.

En un bolso fue depositando seis latas de aerosol, dos cajas de madera, una camiseta negra y un buso para el frío.

El celular empezó a sonarle pero apenas vio que era ella decidió rechazarle la llamada.

Con la media noche llegó la lluvia, con la lluvia la hora de partir. Tomó en las manos una bolsa que tenía tras su closet y con sus tennis rotos y su cara alegre salió de casa. El camino le deparaba una hora de pasos largos, asi que se puso los audifonos, prendió el ipod y dejó que entre Nano Stern, Camila Moreno y Pala, le inundaran el cuerpo con sus guitarras.

Poco a poco Naranjal estaba más cerca, igual cantaba, bailaba y sentía como la lluvia le recorría el cuerpo, se imaginó el camino que ella hacía en el colectivo que la llevaba a casa y fue así como mientras ascendía por la calle principal miró a un lado, al otro, se fijó que la policía no pasara y en un movimiento desenfundó una lata de aerosol, de la bolsa sacó una plantilla y empezó a rellenar de rojo ese hueco que formaba unos labios, semejando un beso. La pared quedó marcada.

Una, dos, tres, cuatro, al final hizo trescientos sesenta y seis labios por todas las calles, concentrándose casi todos en los que rodeaban la casa de ella, esa que nunca había visitado pero que ella alguna vez le había dado indicaciones para que llegara sin problemas.

Las latas de aerosol se iban acabando y una a una iban terminando en el bote de basura más cercano.

Cuando hubo terminado cada uno, con el mensaje respectivo que iba encerrado en un globo que semejaba un pensamiento, buscó la única ventana abierta que había en la cuadra; habían quedado en que ella dejaría la ventana abierta todas las noches esperando la llegada de él, que la besaría y se metería entre su cama para darle calor en las madrugadas más frías y lluviosas.

Cuando la encontró, dio un salto, trepó por una reja, subió al techo del vecino y entró en la habitación, descargó el bolso, sacó las dos cajas, una la destapó y de ella sacó una camiseta con un beso estampado y con un globito igual al que había por todas las paredes del municipio donde vivía. Este decía “para que sientas uno cerca al corazón”.  Luego, sacó una máscara llena de besos y la puso en la mesita de noche, bajo ella dejó una nota que rezaba, “para cuando quieras que te cubra el rostro de besos”.

Ahi estaba ella, dormida, profunda, con su cabello rizado cubriéndole el rostro, él se lo despejó con el dedo indice y la observó durante un rato, luego buscó el lado más lejano de la cabeza y bajo la almohada depositó la otra caja. Finalmente le dio un beso en la mejilla, sintió el calor de su rostro, él ya tiritaba, pero no importaba, volvió a tomar su bolso y se paró en el borde de la ventana, la cerró y de un salto volvió a estar en la acera, con su ipod puesto volvió a casa caminando.

Al otro día cuando ella despertó, contó en la máscara poco más de cincuenta besos, uno en la camiseta y bajo su almohada algo así como seiscientos, sonrió, se bañó y se fue caminando a buscar el bus que la llevara a la universidad, allí volvió a sonreír aun más cuando encontró todos los besos que habían en las paredes.

La alcaldía de Naranjal salió en los noticieros diciendo que esta era una campaña educativa que invitaba a resaltar los valores. Él se mordió los labios y se llenó de nerviosismo, estaba agripado por la mojada bajo la lluvia, pero feliz, solo esperó a que sonara el celular que no timbró sino hasta que pasaron las ocho de la mañana. Era ella.

-¿Qué son esos besos?- preguntó ella.

-Nada, son solo todos los que soy capaz de darte, pero que cuando estoy contigo, por mi timidez, no me atrevo a entregarte.

(A los demás besos, los de las calles, puedes ponerle en el globito cualquier cualidad que puedas resaltar de la persona que amas, igual 366 tal vez no te alcancen)

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