En la salud y la enfermedad

Foto: http://mividarizada.com/

Era el único día en el que el despertador no hacía parte de nuestra rutina. Generalmente dormíamos hasta tarde y el que despertara primero esperaba al otro para juntos levantarnos de la cama.

Esta vez estábamos como siempre, ella con su cabello rizado, castaño, enmarañado sobre mi pecho, yo la sentía descansar. Tal vez eran las cinco o seis de la madrugada cuando el despertador más odiado por ambos hizo su aparición.

¡Atchú! ¡Atchú! y un brinco en mi estómago me despertaron.

-¿Qué te pasa?- pregunté.

-Creo que me enfermé- respondió.

Le di un beso con el que le recorrí el rostro y le acerqué los pañuelos. Se sonó la naríz, con una sonrisa levantó el rostro mientras hacía dobleces sobre su mano, me miró a los ojos y me enseñó su peor cara.

La naríz estaba colorada, los ojos vidriosos a punto de sumirse en lágrimas, el cabello desarreglado y la sonrisa, esa que tanto me había protegido, se veía triste, hasta apenada.

-¿Como estoy?- preguntó.

-Mas bella que nunca- respondí y le di un beso.

-Si, como no- repuso ella.

Me puse de pie, le ofrecí mis manos para que se parara también y pudiéramos empezar el día.

-Estoy muy desalentada- me dijo.

-Está bien, quedate tranquila- le dije.

Ella sonrió, le puse un beso en la frente que le durara toda mi ausencia y fui a la cocina.

Calenté un poco de leche, busqué en la despensa el milo, un pan dulce, de ese que siempre compraba solo para ella, preparé un huevo y lo serví; lo puse todo sobre una bandeja, donde el milo humeando en su pocillo de colores y una pastilla en una esquina del charol rectangular era lo que más resaltaba.

La encontré con los ojos cerrados sobre un libro que descansaba siempre en su mesa de noche, apenas notó mi presencia los abrió, estaba adormecida y así fue la sonrisa que me brindó.

Todo se lo comió y con un beso agradeció la cortesía, luego se tomó el antigripal y como era costumbre cuando lo tomaba, se volvió a dejar llevar por el sueño. Otra vez sobre mi pecho ya que me había acostado a su lado para leerle lo que por ahora llevaba escrito de un proyecto que hacía pocas semanas había empezado.

Poco a poco le fue subiendo fiebre, su cuerpo ardía, sus mejillas se enrojecieron y su respiración se hizo más fuerte. Traté de despertarla para tomarle la temperatura, pero en cuanto intenté moverla, se abrazó a mi y soltó un sollozo.

Así la dejé dormir por varias horas, yo seguía escribiendo y pensando en cómo se sentiría, no quise moverme para no incomodarla durante ese tiempo de descanso.

Cuando despertó sus ojos ya no estaban llorosos, pero su sonrisa seguía apenada, más cuando su saliva había mojado mi pecho durante el sueño.

-Qué pena señor Kiwi- me dijo mientras se acercaba para darme un beso.

-Tranquila ¿Cómo sigues?- le pregunté.

-Mejor- respondió.

-Dí Guanábana para ver la intensidad de la gripa- le dije.

Sonrió, sabía que era la prueba que yo le hacía para burlarme de sus fosas nasales obstruídas por el moco.

-Guadábada- dijo.

Solté una carcajada y con mis labios, húmedos previamente por mi lengua, le di un beso para medirle la temperatura tal y como me lo había enseñado mi madre. Luego me paré y le preparé el almuerzo, ella se dio un baño de agua fría para bajar la fiebre y lentamente se sentó en la cocina para acompañarme.

Le ofrecí una pastilla para la fiebre y esperé a que se la tomara, seguidamente serví el almuerzo y apenas terminamos de comerlo, volvimos a la cama, ella volvió a dormir y yo a sentir la profundidad de sus suspiros.

Fueron tres días y medio de enfermedad. En ningún momento me despegué de su lado, todo eran besos,  caricias y pastillas. Mi trabajo lo enviaba por correo y ella había sido incapacitada asi que no tenía de qué preocuparse, solo recuperarse.

Cuando estuvo totalmente aliviada, puso el reloj, esta vez teníamos que madrugar ambos. Pero esta vez, tal vez eran las cinco o seis de la madrugada cuando el despertador más odiado por ambos hizo su aparición.

¡Atchú! ¡Atchú! estornudé, esta vez era yo quien me había enfermado.

 

 

 

 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *