Tras la muerte

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Para cuando a Jaime le dijeron que la muerte iba por él, era demasiado tarde.  El citófono sonaba y cuando contestó nunca esperó escuchar la voz de Román, el portero.

-Señor, va subiendo por usted la huesuda- le dijo el celador, con su tradicional acento costeño.

Uno a uno, la muerte fue subiendo los pisos en el ascensor, si, se veía ridícula, pero tenía que llegar hasta el piso nueve, y no podía perder tiempo, además que aparte de que miraba impaciente el reloj, porque debía cumplir unas doscientas mil visitas en ese mismo minuto, estaba perdiendo el tiempo tras un hombre, que por un error en la dirección que su secretaria le había anotado, aun no podía encontrar.

Cuando llegó al apartamento, timbró y luego abrió, dicen que siempre la muerte es bienvenida y por eso le fue fácil abrir la puerta solo con un giro. Entró. De Jaime solo quedaba el susurro del viento, el ventanal del balcón abierto de par en par y las cortinas blancas moviéndose al son que la brisa les cantara.

-No pudo haber saltado- pensó La Muerte, pero igual, se asomó a mirar por el balcón esperando encontrar el cuerpo sin vida de Jaime chapaleando en el suelo del primer piso. Abortó la Misión.

Mientras tanto, Jaime, corría como un ladrón por las escaleras, piso tras piso. Tal vez nunca lo había hecho a tanta velocidad, es más, esa fue tal vez la primera vez que utilizó las escaleras en los doce años que llevaba viviendo en ese edificio.

Al llegar al piso cuatro, sintió como un aire frío le rozaba el oído, un escalofrío lo recorrió, el nivel perdió sus escaleras y las luces se apagaron. Sentía su presencia, pero no podía verla, estaba demasiado oscuro y la poca luz, acompañada de su miopía, le jugaban una mala pasada.

El ascensor timbró, la muerte bajó, dio uno, dos, tres pasos y se puso frente a Jaime. No había nada que hacer. Le iba a dar el beso, asi como lo hizo con el Barón Münchhausen, pero cuando cerró los ojos, sintió como su capa oscura, se incendiaba y su figura, quedaba resumida a cenizas en el pasillo del piso cuatro.

Jaime, fumador empedernido, encontró en su encendedor la única manera de sobrevivir, por eso apenas vio a la Muerte, se había hecho con él en su mano derecha y le prendió fuego, ahora todo volvía a la normalidad, el piso volvió a recuperar la luz y las escaleras volvieron a aparecer frente a él, se sacudió pensando que estaba mareado, se reprendió por no haberlas visto y siguió su camino escaleras abajo.

Llegó a la recepción, Román volvió a saludarlo. Moviendo la cabeza, Jaime abrió la enorme puerta de vidrio, salió corriendo y la figura de Román lo siguió, mientras poco a poco iba cogiendo el aspecto de La Muerte.

Jaime no lo podía creer, Román, tampoco lo creyó cuando fue tocado por el aliento de la huesuda, que poco a poco le fue quitando la vida, para poder hacerse con su gran objetivo. Pero ni así pudo alcanzarlo.

El perseguido, subió al primer bus que vio, conociendo el mito que decía que la muerte no montaba en bus, pero con un solo objetivo, llegar al único sitio donde jamás podía haberse encontrado a la muerte, pese a estar por todos lados: El cementerio.

Cuando bajó del cementerio, la muerte iba tras él, de cerca, Jaime ya no corría, igual no tenía nada que temer, la muerte no se atrevería a cruzar las puertas del Cementerio. Pero no fue asi. Lo siguió y poco a poco lo fue guiando, Jaime estaba sorprendido, el temor se había alejado de él. Llegó a una lápida, de esas que llaman la atención por las flores que lleva adentro, leyó su nombre y se dejó ir con la huesuda. Ella no había ido por su cuerpo, había vuelto por su alma que seguía deambulando por las calles de esta injusta ciudad.

2 comentarios

  1. No sé quien fue el de buenas, si Jaime, la muerte o el escritor, con el hecho de que el primer bus que vió pasara por el cementerio.. jeje

    Te quiero!

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