Disparos de placer

Foto: http://tejiendoelmundo.wordpress.com

Sesenta y seis pasos dio para poder entrar al ascensor mientras iba siendo llevado de la mano por Pamela, la prostituta que había encontrado en la puerta del edificio y con quien había llegado a un acuerdo. Tres pesos antes de empezar y los otros siete al finalizar.El edificio en el pasado había albergado las oficinas del Banco de la Republica, pero hoy, opacado por todas esas construcciones gigantes, llenas de perfiles cuadrados y ventanales reflectivos, había dejado su estilo barroco para soportar los gemidos y gritos de una pensión mugrienta, de paredes entre amarillas y negras, chorreadas por la humedad que hoy mojaba los cimientos y que algún día acabará derrumbándolo.

Pero volvamos a Antonio, asi se llama. Cada que el ascensor iba señalando uno a uno el piso al que iba llegando, los nervios lo carcomían por dentro. Pamela sonreía de verlo, era jóven, tatuado, hasta atractivo, diría cualquiera. Ojos avellana, cabello negro, piel trigueña y una sonrisa un poco amarillenta, el único defecto, un tatuaje en su rostro.

-¿Quién te hizo eso?- Preguntó ella, tratando de romper el hielo.
-Nadie y no preguntes más, no te estoy pagando para que preguntes- le dijo Antonio.

El ding dong de la campana que anunció la llegada del ascensor al piso donde estaba el cuarto reservado para Pamela, fue acompañado de una exhalación de aire. Luego volvió Antonio a tomar aire y a contener la respiración. Olores fétidos, mezclas entre la orina y la mierda, y un poco de semen sin lavar, que si mirabas el negro de las paredes, podrías pensar que estaban impregnadas de la tan placentera y a veces tan dificultosa, para los viejos, secreción másculina.

Luego de cuarenta y tres pasos desde el ascensor, llegaron a la puerta de madera, Pamela buscó entre su pequeño bolso las llaves y abrió.

-Bienvenido a mi palacio, puedo ser tu princesa- le dijo a Antonio mientras lo invitaba a pasar.

Antonio entró y se dirigió directamente al baño. Pamela, se acostó en la cama.

En el baño, orinó, un par de arcadas se vieron en su cuerpo, casi quería vomitar por el olor. Se miró al espejo corroído por el óxido, sacó su pistola que siempre llevaba al cinto y la descargó sobre el lavamanos, luego lentamente empezó a desnudarse. Sus ropas, una camisa blanca y un pantalón azul oscuro, cayeron al suelo amarillo, tal vez de mármol, se lavó el rostro que sudaba y con una erección increible, salió a mostrarle su cañón a Pamela.

En la cama, la mujer, esa que había contratado, lo esperaba ya desnuda.
-Qué hermosa es- le dijo ella- ¿Es toda para mi?
-Si asi lo quieres- Respondió Antonio.
-Entonces si la quiero.

Sin darle un beso más arriba de las tetillas, Pamela empezó a recorrerlo con sus labios, su lengua hacía que se erizara cada tanto. La manera en que lustraba el cañón con su boca, era simplemente magistral, tal vez la que mejor lo había hecho.

Luego de eso y de llevar mucho rato apuntándole, Antonio decidió amenazante irse sobre ella, le abrió las piernas violentamente. Mientras Pamela le ponía un condón rapidamente para de pronto no caer embarazada, o con alguna enfermedad.

Luego, Antonio, musculoso, se dejó ir sobre ese cuerpo, de más o menos treinta años, un poco descuidado ya, con los senos caídos, pero con sus nalgas sabrosas y la penetró. Su cañón se introdujo rapidamente entre los jugos de ella, que gemía y volvía a musicalizar el edificio Banco de la República. Era tal la excitación del hombre, que no pudo contenerse y a los tres minutos de estar en ese vaivén rápido, disparó. Uno, dos, tres disparos salieron del cañón, Antonio cayó botado sobre ella, feliz, plácido, con un brillo vidrioso en los ojos y tres orificios en su parte trasera, uno en la nuca, uno en la espalda a la altura del corazón y uno final a la altura del coxis, tras él, un hombre, de gafas oscuras y cuerpo gordo y sudado, sostenía un arma, con la que le había disparado, luego le retiró el cuerpo de encima a Pamela, le ayudó a pararse y le pagó veinte pesos más, por avisarle cuándo venía Antonio a visitarla.

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