Estrellas en las manos VIII

Foto: Archivo personal

Toda la vida vivió preguntándose si algún día llegaría su par. Esa mujer que quisiera compartir su vida con él. Pero nunca llegaba.

Cada mañana era la misma rutina, se levantaba, peinaba su cabello rojo luego de bañarse y vestirse, desayunaba y lentamente iba delineando una estrella con un marcador negro en su muñeca derecha. Cuando estaba perfecta, al menos para él, salía de su casa, caminaba unas cuadras y llegaba a la Avenida La Iniciación, se sentaba en el paradero del Edificio San Fernando y esperaba a que pasara su par, esa que siempre había soñado.

Llevaba ya más de cuatro años ahí, esperando a verla, tan siquiera a verla, pero sus ojos o caían en un profundo sueño, o se cubrían de lágrimas para impedirle enfocar bien si en la figura de la ejecutiva que se contoneaba frente a él, estaba la chica que compartiría su vida.

Fue un miércoles lluvioso, el frío le entumecía uno a uno los dedos de las descubiertas manos, su chompa negra, su pantalón negro y sus tennis rojos eran su fuente de calor. El sueño le llenaba la cabeza y en uno de esos enviones por no dejarse caer, elevó su cabeza y mientras pasaba un bus de naranjal, la vio. Se estaba tocando la nariz, su pequeña nariz, con el dedo índice de la mano izquierda, que en su muñeca llevaba una estrella marcada. Ella de piel amarilla y sonrisa profunda, giró su cabeza, lo miró con sus ojos cafés y algo le dijo.

Él, que nada entendió, la siguió con la mirada, mientras el bus arrancaba y se veía que ella se paraba estrepitosamente. El bus se detuvo en seco y dejó abrir la puerta de atrás. Ella se bajó, con una sonrisa se dirigió hacia él y fue recibida con un abrazo.

-Mucho gusto- Le dijo él.

-Es un placer conocerte- dijo ella- ¿Cómo te llamas?

-JuanSe- respondió él- ¿Tú?

-Uvita- le dijo ella, mientras dejó desviar la mirada, como pensando en algo.

-¿Por qué tienes la estrella en la mano?- preguntó ella.

-No, se. ¿Por qué la tienes tú?- Contrapunteó él.

-Porque un sueño me dijo tu nombre, tu aspecto y cómo te iba a reconocer- Respondió ella.

-Bueno, pues yo tengo mi estrella, porque siempre te estuve esperando, desde el día en que te dejé el mensaje en el celular.

Ella, recordó ese mensaje del celular, sonrió, se tocó el cabello castaño y le dio un beso en los labios.

-Sí que tienes razón. Tal vez esperando volver, pero con miedo de buscarte, simplemente recurrí a pintarme la estrella. Pero nunca, me atreví a que el cielo, ese cielo estrellado, volviera a ser nuestro.

Luego del beso y de que ella le confesara su miedo, él la miró a los ojos, la tomó de la mano y la llevó a seguir caminando por el cielo que siempre se habían prometido, lleno, de estrellas brillantes.

3 comentarios

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *