Corría el año 2003, estábamos empezando el grado octavo en el INEM. Entrábamos a Industrial a ver si nos especializábamos en Diseño.
Como no ocurrió el año anterior, me encontré con Y, mi mejor amigo del colegio, hoy seguimos siendo amigos y trabajamos juntos.
Eso significaba que iba a tener escudero para todas mis patanerías. Algo así como mi Sancho. Así que hay que empezar por el principio.
En el Enero de ese año llegaron alfabetizadoras de décimo a mi grado. Una de ellas tenía una sonrisa muy bonita y era muy buena conversadora
A diferencia mía, Y, era muy buen conversador, así que con su sonrisa y su conversa, la chica cayó en sus manos.
No, no la enamoró. Pero sí nos volvimos buenos amigos de ella. Así que por ende, intercambiamos intereses personales.
En algún punto de la vida, Y, le dijo a la alfabetizadora que yo era el punkero del salón. Y ella, le dijo: Ve, le puede gustar a mi hermana
Desde ese día, la alfabetizadora y Y se pusieron en la labor de presentarme a la hermana de ella, que además estaba en octavo con nosotros.
En ese año, en mi grado, éramos diecinueve octavos. Alrededor de 900 alumnos, no nos conocíamos con todos.
Se llegó el día, estaba haciendo frío, Y, me llevó a una de las cafeterías a la que yo nunca iba, allá estaba ella.
Era muy bajita, tenía el pelo negro y corto, una sonrisa más bonita que la de la hermana y algo que a mi me gustaba mucho: Brackets.
Su sonrisa era, aparte de muy bonita, aparatosa; era buena conversadora y su aliento era inolvidable.
Cuando dijo su nombre, yo quedé en shock, como en silencio. Y, entró a mediar, le dijo mi nombre. De ahí, nos dejaron solos.
El cuadro era: ella colorada y sin saber qué decir, yo como un idiota sonriéndole, atormentado por mi timidez. No cruzamos palabra.
Cuando sonó el timbre, me dijo: «bueno, adiós, hablamos ahorita». Me dio un besito en el cachete y me dejó como un pendejo.
Cuando llegué al salón, Y, estaba con una sonrisa de idiota, se sentó a mi lado y me dijo: ¿Qué? ¿Cómo le fue?
Mal, le dije. No ves que no supimos de qué hablar. Él se cagó de la risa y me dijo: Vos si sos muy güevón, dale pues, o le caigo yo.
Yo no iba a dejar que Y se metiera con ella, además, él ya estaba cayéndole a G, una nena del bus en el que yo me iba.
Le dije que dejara, que yo iba a hacerlo. Así que esa tarde, cuando salimos del colegio, fui a buscarla, la saludé de pico.
Las amiguitas dijeron un «Uhh», como de niña pendeja y la hicieron quedar apenada. Le pedí el teléfono y ella me dijo, claro. Me lo dio.
Esa tarde, como buen tímido valiente, la llamé y ella se soltó. Hablamos como 3 horas esa tarde.
Empezamos por su cumpleaños, por dónde vivía y terminamos hablando de libros y profesores. De ahí en adelante, nos veíamos en los descansos.
Ella era muy inteligente y aplicada, entraba a todas las clases. Yo era lo contrario, entraba a la clase del tema y luego no volvía.
Ella me regañaba cada que yo capaba clase. Pero me ayudaba con las tareas, por teléfono. Así yo supiera qué hacer, disfrutaba que me dictara
Es más, llegamos a intercambiar trabajos. Yo hacía los de ella y ella los míos. Ella era malita en Español y yo era malo en Religión
Mi mamá se enojaba porque yo tenía novia y no se la presentaba, pues hablábamos todo el día, todos los días. Pero no, no éramos novios.
Comíamos juntos en los descansos, yo le compraba el desayuno o un café. La hacía reir todo el día, es más, le caía bien a sus amigas.
Una de las cosas que más nos unió fue el intercambio de música. Ella escuchaba Rock de emisora y yo era más de Rock argentino de todo tipo.
Yo le presentaba algunas bandas de Punk-Rock argentinas y ella me pasaba algunas de Medellín y Bogotá. Aún existía Veracruz.
No le gustaban las bandas de rock más suave. Así que en Attaque 77, Dos minutos, Cadena Perpetua y otras más, encontramos afinidad.
Un día, la relación se puso seria. Y, me jodía diciéndome que cuando íbamos a formalizar las cosas, yo le dije que todo a su tiempo.
Se acabó octavo y entramos a vacaciones. Teníamos que hacer trascender esa relación. Así que pum, empezamos a vernos en ese Diciembre.
Comíamos pizza, ella vivía en Sabaneta, ibamos a cine, caminábamos por centros comerciales y nos metíamos a las tiendas de discos.
Así que ese Diciembre fue bonito, salíamos, pero todo bien, ni un besito. Comprábamos discos y los escuchábamos en mi discman.
A veces hasta nos echaban de los centros comerciales cuando iban a cerrar. Cantábamos duro, saltábamos, nos reíamos. Eramos una pareja.
Como yo me creía punk le dije que era mi Nancy, sin yo ser drogadicto y desordenado como Sid Vicious. El caso es que ese día sonrió…
Me dijo que sí, que era mi Nancy. En ese momento se fue. Iba de vacaciones fuera de la ciudad. Volvería en Enero.
El día de su cumpleaños, me llamó. No teníamos celulares, así que la felicité y le dije que le tenía un regalito.
Ella me dijo que también me tenía algo. Que nos teníamos que ver, que volvía el 10 de Enero. Entrábamos al colegio el 19 de ese mes.
Decidimos que nos veríamos cuando volviéramos al colegio, aún así, hablábamos todos los días.
Llegó ese Enero, entramos a Noveno. Estudiaríamos por la tarde, así que decidimos llegar más temprano. Yo invitaba el almuerzo.
Compré hamburguesas en mi lugar preferido. Ella sonreía y me contaba sus vacaciones, yo disfrutaba sus historias y aliento. Le di una menta.
Era como un olor a acero, a oxido, a menta, era extraño. A mi me gustaba. Sobre todo cuando le templaban los alambres y ella no podía hablar
Yo me la gozaba por eso y la invitaba a comer, fruta, pero ella casi que sólo podía comer licuados.
Empezamos en la misma tónica del año anterior. Nos sentábamos en los descansos, comíamos juntos, hacíamos tareas. Hablábamos por teléfono.
La relación se puso más seria aún el día que me dijo: Juan, tenemos que hablar, mi mamá te quiere conocer. Yo me quedé de una pieza: ¿What?
¿Conocer a su mamá? Esto ya sí era serio. Decidimos que iba a ser un sábado después de almuerzo. Igual, no cambiamos nuestra relación.
Cuando llegó ese sábado, yo busqué mi único pantalón que no estaba roto y la camiseta menos cortica que tuviera. Los tennis eran un desastre
Tenía unos Vans rotos, se les entraba el agua por debajo. Igual, con mi irresponsabilidad de siempre, fui a su casa.
Llegué allá, la mamá era más bajita que ella, pero era muy buena gente. Me dio juguito y galletas. No supo qué decir. Estuve quince minutos.
Ella vivía como en un sótano, así que la claustrofobia me llegó, la visita fue en las escalas. Le quería dar un besito. No logré nada.
Ella estaba muerta de la pena, se sentía observada por todo el mundo. Eran cuatro pisos y en todos, vivía familia suya. Estaba azarada.
Me fui, con el rabo entre las patas y con los condones comprados. Ni un besito logré. Eso sí, mostré mis intenciones de poner serio todo.
Así que ella, me profundizó en el asunto, que si, que me quería, que me extrañaba, que le gustaba, que no se qué y no sé cuántas.
Le escribí una carta, con letra bonita y todo. Me demoré como tres horas para escribir una sola página. Mi letra es inviable.
Le dije que tenía algo para darle y algo qué decirle. Que cuando hablábamos, que para mi era complicado hacerlo, pero que tenía que hacerlo.
Eso fue en la mañana de un miércoles. Esa tarde se me escondió, no fue al descanso y nadie sabía de ella. «Se quedó en el salón»
Me fui para La Capilla y allá pensé cómo abordarla. Mi amigo Y, se cagaba de la risa. Me dijo que la esperara a la salida.
Yo sabía en qué bus se iba, era una busetica pequeña. Fui esa noche a esperarla. Ella se asustó cuando me vio conversando con el conductor.
Mi bus se paraba al frente del de ella, yo siempre me iba parado porque era de los primeros que me bajaba y el señor del bus me esperaba.
Ella con su susto, me miró y me dijo: «hablemos pues», me llevó a un ladito, era de noche, estaba oscuro, nos tapaba un palo de mangos.
Yo le dije que me gustaba, que estaba enamorado de ella, que soñaba con ella, que me hacía falta no verla ni hablarle.
Le dije que la quería mucho, que quería que estuviera conmigo, que fuera mi novia. Tenía una revoltura en el estómago increíble.
Ella me miró muy seria y me dijo: Juan, vos sabés que yo te quiero mucho, pero tenemos muchos inconvenientes para estar juntos…
Le pregunté que cuales, porque en un año conversando y saliendo, no había pasado nada, ni un sólo inconveniente.
Me dijo que el papá no la dejaba tener novio y que si se enteraba de eso, la castigaba y era para problemas con la mamá.
La buseta de ella se iba, así que se tuvo que ir, me dejó ahí parado. Yo me monté en el bus de Edgar y puse mi discman a todo taco.
Estaba como maluco, pero no estaba dispuesto a echar todo por la borda. Así que al otro día, volví y repetí la dosis.
En la mañana la llamé y ella nunca contestó. Ese fue el día que me di cuenta del daño que le hizo al mundo el identificador de llamadas.
Cuando llegué al colegio la busqué y no estaba. Yo me sabía su horario, así que fui a buscarla al salón. No quiso salir.
En el descanso no apareció por ninguna parte. En la noche la volví a esperar en la buseta. Ella se volvió a sorprender.
Le dije que tranquila, que sabía que no quería nada conmigo, que yo me iba y no la iba a molestar más
Ella me dijo que me calmara, que no era lo que yo pensaba, que yo sí le gustaba, que me quería.
Pero que no quería que dañáramos la relación, sobre todo porque ella no sabía besar y eso le daba pena conmigo.
Yo no supe qué decir. ¿Cómo así que no sabía besar? ¿Eso dónde lo enseñaban? ¿Ella cómo sabía que no sabía?
Me dijo que nunca había besado a alguien. Que por eso decía que no sabía y que no quería, de pronto, lastimarme con los brackets.
Yo le dije que no había problema, que yo estaba dispuesto a sacrificar mis labios. Pero ella me frenó en seco, me dijo que no.
Que dejáramos así, que se iba y que no la buscara más. Efectivamente así ocurrió. Es más, de ahí en más, nos veíamos y ni hablábamos.
Ella hasta salía corriendo cuando me veía llegar. Así, sin más, ella me rompió el corazón por no saber besar.