Noche de copas y encuentros

Juan llegó a la barra del Mastur Bar, se sentó, pidió lo que acostumbraba cada viernes, una limonada y unos nachos con queso, el barman se los entregó y en ese placer que le producía tal combinación vio como a su lado se sentaba ella.

Mariana llegó a las nueve de la noche, su cabellera rubia, cuerpo esbelto y minifalda deslumbraron a los que visitaban el bar, que por su curioso nombre, le pareció apenas para tomarse unos tragos que hacía ratos quería. Pidió un martini y por cortesía de la casa, le ofrecieron un segundo.

Juan la miraba, ella notó la presencia del hombre con su cabello negro a los hombros, su camiseta corta y su pantalón negro, lo esperó, pues tambien le había parecido atractivo, cuando la mirada de él timidamente se fue acercando a ella, la confrontó y con un guiño del ojo y una sonrisa, quiso entablar conversación

Ella se acercó, lo saludó, pidió otro martini. Él entre sus nervios, pues la timidez le impedía hablarle, la miró y pidió otra limonada. No acostumbraba tomar, no le gustaba sentirse ebrio y el sabor de los licores lo indisponía.

La conversación se agudizaba, ambos se contaban el por qué de su soledad, él le atribuía todo a la timidez, ella al trato que le daban los hombres, seguían desfilando copas de martinis y vasos de limonada, los nachos empezaron a ser compartidos y Juan se sentía cada vez más atraído por esa mujer que recien conocía.

Mariana tenía en su cabeza ya mucho licor y en un atrevimiento le dijo a él que fueran a otro lugar, tal vez más relajado, sin música, donde pudieran conversar menos gritado y más profundamente. Ella pagó la cuenta y él, la llevó a su apartamento que quedaba a unos pasos del Bar.

Cuando llegaron, Juan la invitó a pasar y ella no pudo ocultar su asombro, era un apartamento limpio, blanco, con algunos detalles de artistas urbanos en las paredes y otros tantos hechos cuadros. Dignos de la profesión de él. Se sentaron en el sofá de la sala y siguieron con su conversación. Ella quiso ponerse comoda y se quitó la camisa de botones que traía puesta, pidió un vaso de agua y prosiguió con el tema.

Juan la atendía muy bien y cada vez la deseaba más, de Mariana ni hablar, tal vez que él viviera solo, era otro punto a favor.

Cuando el vaso de agua llegó a sus manos, no demoró en tomarselo todo, la garganta seca y ardida de licor ya no quería más alcohol.

Cuando hubo que dar el siguiente paso, ambos se miraron a los ojos, se acercaron, ella lo abrazó, cerró los ojos y poco a poco se fue acercando, él hizo lo mismo, cuando juntaron sus labios, duraron tres punto cuatro segundos besandose. Ese asco que a él le producía el licor y el sabor del mismo, hizo que algo saliera de su boca y terminara en la falda de ella.

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