Atardecer

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Santa Marta los había recibido con los brazos abiertos y un calor arrollador, Andrés, un joven que gozaba de ciertos privilegios por la herencia petrolera que su padre le dejaba, llegó con Camila, su novia a la ciudad, se instalaron en esa casa gigante que tenían a orilla del mar caribe y mientras él acomodaba todo, ella, salió a caminar mar adentro.

Andrés esperaba que todo le saliera tal y como lo había planeado, asi que no se preocupó por nada, tomó el celular y llamó a Rodolfo, el mayordomo de su padre en Santa Marta.

El yate fue llegando poco a poco con Rodolfo a bordo, mientras Camila no creía lo que veía, pensaba que solo habían de esos en Miami.

Andrés le propuso cambiarse y salir a dar un paseo en el pequeño bote que su padre les había alquilado para el disfrute de ambos.

Cuando estuvieron ya embarcados hacia el mar, Andrés sintió como los brazos de Camila le rodeaban la cintura y los labios le iban recorriendo el cuello, lugar que le hacía temblar todo y mover uno a uno los poros hasta hacerlos elevar al máximo.

Entre sonrisas pícaras, ella seguía haciendo lo que venía haciendo hacía unos minutos y él, sin parar de manejar, sonreía y sentía como su cuerpo iba reaccionando a cada caricia. Camila, entre todo ese jugueteo con las manos, fue surcando la pantaloneta de Andrés y sintió como el duro sexo de él se movía por la excitación.

Andrés sin contenerse, vio que ya estaban tan adentro en el mar que nada podía preocuparlos, puso el freno y se giró para besar a Camila en los labios. Igualmente sus manos iban desabrochando el sostén del vestido de baño y la lengua fue bajando de a poco para ocuparse del cuello de ella, quien no podía tapar lo que le producían.

La tomó entre sus brazos, la elevó y sintió como las piernas de ella lo abrazaban para no caerse, mientras él la iba bajando y la descargaba en una cama elástica que había en la cubierta del bote.

Allí, mientras ella lo esperaba, fue por unas cubetas que Rodolfo le dijo que había dejado en la nevera. Justo estaban las fresas, con miel y un poco de chantillí.

Descargó todo en una pequeña mesa y se subió tambien a la cama elástica. Allí fue poniendo de espaldas a Camila y con la miel en las manos, regó un poco en su columna, luego con una fresa empezó a recorrerla de arriba abajo. Ella se iba arqueando. Luego empezó con la lengua a quitarle la miel que había regado y ella se erizaba. La mano derecha de él, le acariciaba el cuello, la izquierda venía subiendo desde la rodilla y poco a poco se iba acercando a la entrepierna.

Cuando su dedo indice encontró en su vulva ese liquido viscoso que tanto le alegraba, él sonrió y empezó a bajar con su lengua por todo el cuerpo de ella, hasta que sin necesidad de llegar a donde tanto deseaba, sintió como el cuerpo de ella se tensaba y su boca exhalaba grandes gemidos, que de no haber sido por estar a mar abierto, habrían hecho retumbar a todo Santa Marta.

Camila tuvo su primer orgasmo sin que él la penetrara, se volteó sonriente, mientras él la miraba estupefacto.  Le bajó la pantaloneta y lo introdujo en su boca, mientras tomaba el tarro de chantillí y se saboreaba con cada vez que embestía contra su boca. Rapido y luego despacio, así durante un rato, hasta que hizo que él acabara. Lo limpió, se quitó la tanga y le pidió a gritos que la penetrara.

-Atraviésame, hazme todo lo que quieras.

Andrés empezó por besarla, le mordió los labios carnosos y fue bajando, no se podía quedar con las ganas de probar esos jugos que iban saliendo del interior de ella, asi que cuando llegó a la entrepierna, puso su lengua y mientras ella gemía, él se excitaba aun más, movía en todas direcciones la lengua, hasta que la sintió explotar.

-Hacelo de una vez, no aguanto más.

Él se puso sobre ella, la penetró y sintió como se erizó más y sin ningún movimiento, se tensó, para su segundo orgasmo. Seguía sonriente, con los cachetes colorados y esperando a que él sintiera lo mismo que ella. Fue tan complaciente la tarde que luego de cuatro horas, siguieron con su faena y cuando acabaron ya el sol coloreaba de rojo asi que se sentaron a mirar el atardecer, mientras comían las fresas.

Cuando volvieron a tierra firme, todo el mundo los miraba, en la tarde habían pasado al lado de su yate, tres cruceros y muchos botes de turistas, además se habían insolado tanto que ni abrazarse podían, así que estaban tanto en la retina como en la boca de toda la ciudad.

3 comentarios

  1. Juanse, muy chévere que incursiones en nuevos sectores. Siempre me ha parecido que escribir sobre erotismo es muy difícil porque se corre el riesgo de caer en muchísimos lugares comunes o pasar de lo erótico a lo vulgar.
    La historia está muy chévere… me recordó las parejas exhibicionistas que me ha tocado ver, casi siempre en Santa Elena

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