A un amigo en algún lugar.

Foto: www.tienenhuevo.com

Eran las nueve de la mañana, yo tenía una camiseta azul pegada al cuerpo, no porque me gustara, sino porque el sobrepeso hacía que se viera asi, era un niño obeso que contaba con diez años. Estaba en la escuela, esa misma en la que mi mamá hacía sus prácticas para graduarse como licenciada en educación básica primaria. Esa mañana me saludó con los ojos hinchados, llegaba horas después que yo, primero le di un beso en la barriga que guardaba a mi hermanito que contaba con seis meses de gestación y luego, cuando me abrazó, rompió nuevamente en llanto.

-¿Qué te pasa?- le pregunté.

-Mataron a Jaime.

Yo me tranquilicé y la puse en mi hombro para tranquilizarla a ella. Pensé que era Jaime, algun compañero de la universidad, pero no.

-Juanse, mataron a Jaime Garzón- me dijo y ahí se me rompió todo.

Lo había conocido en los camerinos del Teatro Metropolitano, cuando contaba con siete años, era amigo de mi papá por eso de trabajar en el humor nacional y sobre todo por hacer parte de Caracol.

De ahí en adelante mi mamá le siguió aún más la pista y por ende, yo que era un pequeño que no entendía mucho de los temas que trataba, tambien fui cogiendole cariño.

Al año lo veíamos unas dos o tres veces, era de sonrisa pegajosa y mirada penetrante. De esas miradas que pesan.

Aunque todo fue tristeza ese viernes, en mi casa se le recordó con todo el corazón y entre risas, por todo lo que había hecho, por lo que había significado para nosotros como familia y por esa amistad que tenía con mi papá.

Con miedo, de ahí en adelante empecé a tenerlo, no antes, porque no pensé que con los humoristas se metieran, veía como mi papá seguía saliendo de casa, escribiendo bastante y mi mamá me decía que no podía pasar nada. Que mataban a uno, pero no a todos. La cuestión fue que mataron a esa piedra en el zapato de muchos, a un genio. Porque es genio aquel que hace tomar conciencia por medio del humor.

Cada que se ha recordado a Jaime en mi casa, ha traído lágrimas, de mi madre, mías, mi papá opta por callar, no dice nada y se limita a ese “País de mierda” pronunciado por Cesar Augusto Londoño en la noche de ese viernes trece, que aun recuerdo y que hoy, tambien es el mismo.

Ese fin de semana, el de su asesinato, fue llanto, llamadas a Bogotá, llamadas a mi casa. El televisor no se movió nunca del canal Caracol, tal vez nunca lo hizo después de eso. Es más, creo que no se apagó el televisor en todo el fin de semana. La tristeza que inundó a Colombia fue tal que todos salieron a las calles a despedirlo.

Yo, con mi mamá al lado llorando y mi papá que no podía de la indignación, tambien lloré, en esa epoca aun no había tocado un lápiz para escribir mis sentimientos, ni mis pensamientos, hoy, mi mamá me dice que escribo un tanto irreverente y con conciencia como la que tenía Jaime, pero en esa época yo no sabía que iba a hacer esto, simplemente a mis diez años, ese niño que lloraba, que era gordo, que pesaba veinticinco kilos más que su peso ideal, era calvo y que no decía groserías porque sus padres lo habían educado muy bien, simplemente exclamó, Hijos de Puta, Mataron a Jaime, País de mierda.

2 comentarios

  1. Muy buen escrito, yo también era ese niño que poco entendía en esa época. Tantos años después, en una situación distinta, una década luego de su muerte escuché una conferencia suya en Cali, comprendí que, tal y como dice su hermana Marisol, Jaime no era un humorista. Jaime Garzón era un crítico, un crítico de esos que no temen hablar, que tienen tan claro el país que las palabras no le faltan y que logra concienciar hasta al más obtuso de los recalcitrantes godos de este país. Jaime, así suene cliché en esta época, te extrañamos. El 13 de agosto de 1999 Colombia perdió al «humorista» más serio que ha tenido, al adalid de la opinión, al caballero de la crítica.

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