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Había nacido en una noche lluviosa, de esas que sorprenden por lo estruendosas que pueden llegar a ser, sus ojos color violeta dieron el pie para el nombre que su madre le pondría, Violeta, tal vez no era un nombre para una heredera al trono, pero tanto el rey como la reina aceptaron dárselo.
Creció entre tantos lujos que se imaginaba casándose con un príncipe azul, así como ella era una princesa violeta y soñaba con el color del que podrían ser sus hijos. ¿Violeta y Azul? ¿qué color combinarían? Poco a poco todo fue cambiando, los pretendientes llegando y ella rechazándolos, todos, llegando al punto de que se agotaran las esperanzas para que la princesa llegara a casarse.
Un día, un juglar, de esos que ya no existían en este mundo de princesas como Violeta, que ya no existían, llegó al pueblo. Caminando de un lado a otro, se encontró los ojos de la princesa ante sí, que deambulaban montados en un espectacular automóvil, ella lo miró a los ojos y simplemente le sonrió. Desde ese momento él, quedó flechado y simplemente se dedicó a escribirla. Averiguó quién era y cada noche a las doce, iba con su mandolina, se paraba frente a su ventana y cantaba para ella.
Ella, suspirando, sonriente, lo miraba desde su torre, escuchaba sus versos esos que recitaban “… y si algún día entre mis manos yo te tuviera hermosa mía, fundiría mis mañanas y jamás te dejaría…” y volvía a suspirar. Hasta que los perros y los guardias, esos guardias de fusil y gafas negras lo sacaban a patadas de su palacio, ese palacio inventado por el hombre para que habitaran las familias que pudieran accederlo.
Así ocurría cada noche, se fundían entre versos y suspiros, entre deseos y rosas, él era notas, ella era versos. Se miraban, se perdían, él, su juglar, lo único azul que tenía de un príncipe eran los ojos, él no imaginaba de que color podrían ser sus hijos, porque simplemente le interesaba tenerla.
Una de esas noches, cuando todos dormían, cuando él cantaba, ella decidió escaparse, fugarse con su juglar, lo miró a los ojos, empezó a descender por el enramado de flores que hacían una escalera hasta el suelo, él no paraba, se aceleraba, su sueño se haría realidad. Observaba cada paso que ella daba y le preocupaba que la encontraran, de repente, ella le gritó, le envió un beso con el viento y cayó. Él corrió a auxiliarla, ahí la encontró, intentó besarla, ella nunca reaccionó.
A veces es divertido querer y no poder
Genial
Gracias juglarcito!
jijiji… Cuento de niños!!!
Muy bueno Juanse, pude conectarme un poco con mi infancia. 😉
Un abrazo!!!