Estrellas en las manos VI

Triguisar

En la foto: Triguisar

Me desperté como cada miércoles de los últimos dos años, me bañé tranquilamente, me vestí, tomé mi bolso que estaba hecho desde la noche anterior y bajé a la cocina.

Preparé cuatro sanduches de jamón, con lechuga, queso y mermelada de piña, como siempre los hacía, salí para la universidad y allá estuve hasta las dos de la tarde. Como cada miércoles, salí de clase, tomé un bus y me senté en el parque La Presidenta, saqué los sanduches, dos jugos, Triguisar me había acompañado, se sentó a mi lado y como buen padre, recurrí a hacer lo que hacía cada ocho días sin falta. Leerle a Triguisar.

Las gotas de lluvia empezaron a mojarnos el cabello, Triguisar empezó a llorar, le puse un buso y lo senté en mis piernas, mientras sacaba la sombrilla para que no nos mojáramos. Seguí leyéndole mientras miraba hacia la quebrada que musicalizaba cada palabra que decía.

Un par de manos blancas se posaron en mis ojos, empañaron mis lentes y unos labios me besaron la mejilla, yo no entendía que pasaba, luego sentí el olor de su loción Ralph Lauren, no había faltado a la cita que le puse hace dos años y que llevaba esperando cumpliera cada miércoles pero que ella no se había atrevido. Dejé que me invadiera su olor, abrí los ojos, me pellizqué y sentí como la lluvia caía por la remoción de la sombrilla que ella había hecho con su cuerpo hacia un lado.

-Créelo- me dijo.

Descargó un bolso lleno en el suelo, tomó a Triguisar, que ya se abalanzaba sobre ella, en sus manos, los vi sonreír como en las épocas en que bailaban juntos sobre la cama, ahí estaban, madre e hijo disfrutando de esa unión que tal vez el tiempo les había interrumpido.

-Y ¿a qué has venido?- le dije, sonriente y lleno de ilusión.

Ella no supo mediar palabra, simplemente extendió su mano izquierda, encontré en su muñeca la estrella color cyan que se había tatuado y que le había dicho hiciera en el ultimo mensaje que le envié al celular y que ella atesoraba en su memoria, “El día que quieras volver, pinta una estrella en tu mano izquierda y sonríeme, un beso, que todo te salga como lo tienes planeado. Te quiere y piensa.”.

 

Me pidió que le mostrara la mía, que era amarilla como su color de piel y estaba en mi muñeca derecha.

Nuestras manos se entrelazaron, nuestros labios volvieron a reencontrarse como lo habían hecho muchas veces años antes.

-Entonces ¿volvemos a casa?- Preguntó.

-Está bien- respondí.

Triguisar brincó de alegría y cantó el resto del camino a nuestro apartamento.

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