Capítulo Nueve: El traído

431

La magia de la Navidad radica, sobre todo, en la inocencia de los niños y la capacidad de nosotros, los padres, para decirles mentiras a ellos.

Porque si, uno educa a los niños en torno a la verdad y a que no digan mentiras, pero simultáneamente, durante doce años en promedio, les miente. Así que el juego de ser papá está mal pensado.

La razón por la que escribo no viene a esa época, sino a un lugar más reciente. Mis hijos son grandes. ya Yeferson tiene veintiuno y Yurany cumplió dieciséis en Marzo del año pasado. Entonces ya no hay magia con ellos. Sus traídos de navidad se resumen en aparatos tecnológicos que deben compartir.

Este computador, desde el que les escribo todos los días, fue el traído hace tres años. Hace dos les regalé un Blackberry para los dos, que se rifaron en un Piedra, Papel o Tijera, que se ganó Yurany. La cosa es que Yeferson en una urgencia el año pasado, cogió el celular, le sacó la sim y lo fue a empeñar al centro. Eso sí, ni la plata ni el celular se volvieron a ver.

El año que pasó hace días, me incluí en el regalo y compré un televisor de cuarenta pulgadas, para que la niña vea a Marcelo Cezán más grande cuando llegue del colegio y obviamente para estar preparados para el mundial.

Pero a eso tampoco vamos. Resulta que los primeros días de enero se celebra otra fiesta de mentiras, la de los reyes magos, que no es más que una justificación para dar los regalos tarde. Aunque esta vez el del regalo soy yo.

Desde que compré el 431 quise meterlo a una empresa y ponerle un radio teléfono para no tener que salir a cazar clientes a la calle, sino que ellos sean los que se maten por mi en una hora pico. Porque hay que ser claros, en hora pico los taxistas somos rockstars y escogemos con quien sí y con quien no.

Hoy, ya unos días después del día de Reyes, yo sentía que Yeferson y Yurany estaban con mucho visaje. Es más, la muchacha había invitado a La Costrica, que ya no sé si es su cuñada o su mejor amiga, para que le ayudara a hacer un almuerzo bien rico.

Yo que estoy como en un receso de vacaciones, ya que esta ciudad se vacía siempre los primeros días de Enero, estaba en pos de trabajarle al taxi, ya que no quería pasar más la pena de que no me prendiera, mucho menos en un acopio donde los compañeros me pudieran gozar y hasta perder la carrera de un pasajero afanado. Fue en una de esas entradas a la casa, a eso del mediodía, cuando los muchachos decidieron darme la sorpresa completa.

En la mesa descansaba una cajita empacada al lado de una coca llena de ensalada que olía a limón. Me pidieron que me sentara y esperara tres minutos.

La Costrica y Yurany fueron trayendo de a uno los platos de un sudao de pollo que olía delicioso; Yeferson, que estaba trabajando conmigo, entró y también se sentó a la mesa mientras las muchachas seguían en el proceso de servir el almuerzo.

Cuando estuvimos todos reunidos, Yeferson que lo que hace que se dio el totazo está cambiado, pidió hacer una oración y como viene siendo costumbre, se volvió a acordar de Gladys.

Comimos, creo que esta fue la cena de año nuevo. Era la primera vez que comíamos como familia y sobre todo, que comíamos una comida como dictan los cánones: con sopa, seco y jugo.

Cuando acabamos, ya me iba a parar, pero La Costrica me pidió que no lo hiciera, porque aún faltaba el postre. Así que mientras Yurany iba levantando los platos sucios, la nuera traía los platicos llenos de dulce de moras con una tajada de quesito encima.

Yeferson, que era el encargado de las palabras, se paró, agarró la cajita y me la entregó.

-Pá, yo sé que esto lo has querido desde que conseguiste el 431, así que espero lo disfrutes- dijo el muchacho.

Yo lo abrí como un niño abre la bicicleta que le trae el Niño Dios a los cinco años, entre sorprendido, agradecido y contrariado. Me encontré con una caja de galletas y creí que eran muchas galletas, pero no, adentro estaba descansadito, negro, con un cable ensortijado, un Radioteléfono con el que iba a poder trabajar más tranquilo, sin arriesgarme a coger carreras en la calle.

Todo fue feliz hasta que empecé a inspeccionarlo. El radioteléfono tenía unos rayoncitos en algunas partes y sobre todo, la marca de la placa de otro carro. Ahí me cambió todo.

-¿Qué es esto Yeferson?- grité.

-¿Qué es qué?- me preguntó.

-¿Esto?- le dije y le acerqué el radioteléfono a la cara para que viera la placa.

-No sé, una placa, supongo- dijo él con cara de idiota.

-Claro que es una placa. ¿Te robaste este radioteléfono o de dónde lo sacaste?- le pregunté enojado.

-No, ¿robado? ¿Usted qué me cree papá? Yo sería incapaz de robarme algo- dijo Yeferson como con cara de idiota. Creo que ni sabía que la placa estaba ahí.

Las niñas miraban asustadas, sabían que yo, enojado, sería capaz hasta de cascar a Yeferson con el mismo radioteléfono y hacerlo olvidar hasta de cómo se llama. La Yurany tomó la palabra.

-Pues papá, tampoco es culpa de Yefer, él simplemente lo compró en la calle a alguien que lo estaba dando barato y él no se acuerda por el accidente- dijo la niña.

-Si papá, ahora que me acuerdo, yo se lo compré a alguien en el centro- me dijo Yeferson.

-Ojalá que si, porque este regalo es lo más lindo que ustedes han hecho en mucho tiempo por mí y si fuera robado, ay Yeferson, si fuera robado yo sería capaz de llevarte a la policía para que te encanen y pagués por tus delitos.

-No papá, si yo no me robé nada. Es más, yo iba con la Yurany cuando lo compré- dijo el muchacho.

-No Yefer, hasta allá tampoco, usted llegó con eso. Yo no salí con usted- dijo la Yurany tratando de salirse del embrollo.

-Bueno, sea lo que sea, muchas gracias, vamos a ver si lo instalamos y a buscar la forma de que lo activen en alguna empresa.

La Costrica, feliz porque solucionamos nuestro conflicto, sirvió más postre y yo quedé con la barriga llena y un radioteléfono nuevo.