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Nota: Este cuento participó en el concurso “Con la pelota en la cabeza” del año 2009, no sé como le fue, el caso es que se me había perdido de mi archivo y por una copia impresa guardada en un cuaderno, acá está.
Los cascabeles llegaron sonando desde la izquierda, pasaron frente a mi, luego llegaron a la derecha, volvieron, se tornaron debajo de mi cuerpo, moví el pie derecho y metí un gol, ¿hermoso? no lo se, pero lo metí, el crujido del balón golpeando en la malla del arco me dijo que así había sido y el grito de mi padre lo afirmó. GOLAZO.
Crecí escuchando que Gómez, el jugador numero nueve del Primavera Futbol Club, equipo que lleva el nombre de mi ciudad natal, era el más grande goleador que había dado la historia del barrio. Doscientos sesenta y cinco goles hasta la fecha y aun le faltaban más de diez años para retirarse, un hombre record. Yo llevaba la misma cantidad de goles que él, solo que había una gran diferencia entre él y yo; él es un ídolo y yo no soy reconocido.
La pelota vuelve sonando a mis pies, la muevo, Andrés me la pide, le hago un pase y sigo corriendo, me choco con un rival pero no caigo, sigo mi camino, el cascabel va por la izquierda, Andrés la sigue llevando, siento que estoy cerca porque un defensa me agarra y no me deja pasar, vuelvo y pido la pelota, sigo el cascabel, va lejos, estiro mi pie derecho, lo recibo, el defensa me pega una patada, penalti.
Cada vez que el Primavera Futbol Club juega en la ciudad, voy al estadio, con el radio en la mano, escuchando al narrador que más pasión hace sentir. Treinta mil personas dice la voz, el estadio debe estar a reventar, las voces, los gritos, un tambor suena y empieza la fiesta. Yo me hago al lado de mis compañeros del equipo, cantamos al ritmo del tambor y como lo indica la tribuna, el día dicen que está prospero para una gran victoria.
El técnico pide que yo sea quien patee el penalti, tomo el balón en mis manos, el árbitro me ayuda a colocarlo en el suelo, tomo impulso, suelto mi pie derecho, el balón golpea al arquero y sigo su recorrido, vuelvo a tomarlo, está al borde de la línea, la puedo sentir en mis manos, sigo la línea con el balón en mis pies, Carlos la pide y le envío un pase.
En el estadio está a punto de sonar el pitido inicial, yo sigo pegado al radio, la alineación muestra a Gómez como la gran atracción y aspiro que marque al menos un gol para seguir con nuestro duelo de goleadores.
Carlos mete el gol, ganamos dos a uno ese partido y luego rematamos en el estadio, dicen que me tienen una sorpresa, es difícil, porque me sorprendo poco, pero igual, me baño y salgo rápido a encontrarme con el resto del equipo
Suena el pitido, el narrador desgarra su voz con cada llegada del Primavera al arco contrario, el partido está de un lado y del otro, los equipos están bien parados, la tribuna sigue alentando, el nerviosismo empieza a llegarme, quiero un gol y que sea Gómez quien lo haga, ya que con el partido de hoy en la tarde le tomé ventaja. No quiero alejarme mucho de su record, para ver si podemos llegar a los trescientos goles juntos, el mismo domingo.
La entrada al estadio es un poco difícil pues las requisas son exhaustivas, incluso para nosotros, es más, por ser tantos se hace más complicada, pero poco a poco vamos entrando, el técnico nos dice donde hacernos y se queda a nuestro lado, la sorpresa aun no llega y me dicen que solo me la darán hasta acabado el partido.
Hay un tiro libre a favor del Primavera, Gómez está al acecho en el arco, el balón va en un centro directo a su cabeza, Gol. El narrador grita, acaba su voz, esta tal vez a punto del infarto, mi emoción es total, me abrazo con mis compañeros, gritamos, celebramos, hay gente a nuestro lado que también nos abraza.
El partido sigue igual de intenso, el narrador está a punto de perder lo poco que le queda de garganta, cada vez mi preocupación es mayor, un gol en el último minuto podría sellar un empate amargo que podría bajar al Primavera hasta el segundo lugar.
El encuentro termina, el Primavera gana y yo me quedo reclamando mi sorpresa. El técnico me dice que espere un poco, el estadio se vacía y aún seguimos parados en el mismo punto, de un momento a otro escucho al fondo una voz que pregunta, ¿Quién es Juan?, es la voz de Gómez preguntando por mi.
-Soy yo- respondo.
-Hola, Hugo Gómez, mucho gusto- dijo.
-Juan González, el gusto es mío- respondí.
-Me han dicho que eres un goleador asi como yo, pero no me dijeron que eras invidente, hasta ahora me entero- dijo sorprendido.
-Si, llevo los mismos goles que vos, doscientos sesenta y ocho- respondí.
Gómez empezó a llorar, me abrazó y nunca más se perdió un partido de mi equipo.