Un sapito y te enamoro

Chocolate Sapito

Foto: http://www.guiasenior.com

Cada noche de cada día, después de su jornada laboral, Andrea se para en el paradero de buses de La Estrella y espera a que el bus con el número tres al frente, llegue.

Como ya la ve a diario, Ferney, como se llama él, se da el lujo de sonreírle, saludarla, ayudarle con los paquetes y fiarle.

Si, le fía cada noche o a veces ni le cobra los dulces que vende en el bus. ¿Por qué?, tal vez es claro, ella le gusta. Cada sonrisa que le brinda, cada palabra que cruzan, cada saludo, cada mirada, es más, desde que la ve con tanta continuidad, se peina bien, se viste bien y ha mejorado su discurso para que ella empiece a fijarse en él.

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Esa noche, Andrea lo saluda, le da una moneda de doscientos y le dice, aun te debo cien por los de anoche, Ferney le sonríe, se sube al bus que tiene el número cinco en el parabrisas y vende. Cuando se baja, le sonríe, ella le devuelve el honor con una mirada tierna y saca el celular para ocultar esos  cachetes que poco a poco empiezan a pintarse de rosa.

Ferney conversa con el despachador del bus y cuando se quedan sin tema, saca tres sapitos de chocolate de la bolsa amarilla que tiene en las manos, se los entrega a Andrea, quien apenada sonríe y le dice que no puede pagarlos. Él le responde que no tiene que hacerlo.

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El nivel de coqueteo sube con cada noche, cada vez él le tiene un regalo distinto, una frase distinta cuando le entrega un dulce o antes de subirse al bus a comercializar su producto, el caso es que ella ya ha empezado a seguirle el juego, porque le lleva frutas o pasteles, él sonríe y piensa que cada vez son más las posibilidades de compartir más con ella, pues todo se limita a cinco minutos antes de subirse al bus, o cuando espera a que llegue el que le sirve, unos diez, pero no pasan de un cuarto de hora cruzando miradas, pocas palabras, pero sobre todo, dulces.

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El siguiente paso está por darse, Ferney esa noche, se viste de corbatín, pantalón de paño, camisa a rayas, su cabello negro lo engomina y se pone unos zapatos de charol que tal vez en su vida había usado, pero que serán la manera perfecta de pedirle a Andrea que salga a comer con él o bueno, le acepte una salida a caminar por algún parque.

El reloj marca las seis treinta y cinco minutos, van cuatro buses con el cinco y uno con el tres, los del siete escasean ésta noche, lo mismo que la presencia de Andrea.

Ferney se para en el poste que anuncia que ese es el paradero de los buses de La Estrella, suspira, suelta aire desesperado y luego vuelve a sacar el pañuelo que tiene en el bolsillo de la camisa para limpiarse el sudor.

Al fondo la ve, allá viene, con su jean, sus tennis blancos y su camisa ajustada, algo alterada y preocupada por algo que ocurre a su espalda.

Ferney la saluda, la mira, ella le sonríe. Cuando él se dispone a decirle todo lo que pasa. Un hombre llega, la abraza y le dice:

-Amor, acá está la fruta, pueda ser que a los niños les guste.

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