Sinvergüenzas


Foto: http://rompiendo-las-pelotas.blogspot.com

A todos los que se rompen la voz y el corazón en la tribuna, así los jugadores no lo hagan en la cancha. 

Julián trabajaba por un diario, buscaba su comida, la plata de la pieza donde vivía y unos cuantos pesos que le sobraban, eran destinados para darse el mayor placer de todos: ir el domingo a ver jugar al Primavera Fútbol Club en el José Fernández.

Su trabajo se basaba en arreglar todo tipo de implemento del hogar que le llegara; desde una olla a presión, hasta hornos microondas y computadores. El único aparato que aún no se atrevía a revisar, era el televisor, todo por un miedo, o tal vez respeto, que le tenía a una descarga de la pantalla.

Vivía solo, sin esposa, sin hijos, en una pieza alquilada en el centro de Primavera donde también tenía un taller.

El amor por el Primavera era algo que desde pequeño le habían dejado como herencia su padre y su padrino, tal vez el único bien que era de su propiedad, pues la pobreza siempre había hecho acto de presencia en su familia.

Para este año, Julián tenía un esfuerzo aún más grande, debía conseguirse el dinero para dos entradas a la semana, una para la liga Santa Fe, el torneo local de Granada; y otra para ver jugar al Primavera en la copa de las Colonias, copa que el Jardinero, como le decían al club de los amores de Julián, jugaba por haber quedado segundo en el torneo local el año pasado.

El Primavera, para jugar en la Copa de las Colonias, había hecho una inversión nunca antes vista en Granada. Trajeron jugadores de nombre y trayectoria que cualquier técnico quería tener en su club. Jugadores que en los cinco primeros partidos alcanzaron a ilusionar a la hinchada, a Julián; porque se habían desgastado en grandes victorias, tanto en el rentado local, como en el internacional.

Julián vivía de una manera diferente la pasión, siempre estaba vestido de verde esperando poder conseguir el día del partido alguna boleta en la taquilla, recogiendo sus últimos pesos, a veces hasta minutos antes de que el Primavera saltara a la cancha. Igual, cuando ponía los pies en la entrada de la parte alta de la tribuna, se transformaba por completo, respiraba el aire liviano de la cancha  y su figura cambiaba, era otro. Tal vez, aunque para muchos era difícil de entender, visitaba a su más grande amor, a su único amor. Por esto, su disposición frente al fútbol y a lo que pasara con el equipo de su ciudad, de sus amores, lo vivía más intensamente que cualquier otra persona.

Gritaba, puteaba, lloraba, reía; estar parado o sentado en la tribuna, con el equipo jugando al frente era una mezcla de sentimientos que a Julián lo llevaba, según mucha gente que había compartido con él, a la locura.

El poderío del Primavera, ese de los cinco primeros partidos, lentamente se fue viniendo al piso. Los jugadores, esos a los que el club les pagaba cumplidamente, tenían a sus hijos en los mejores colegios, vivían en los mejores barrios de la ciudad; habían decidido pararse, no jugar más. Salían a la cancha derrotados, caminaban de un lado a otro como si fueran turistas que visitan tierras desconocidas.

La hinchada, fiel desde siempre y dispuesta a apoyar en las buenas y en las malas, no daba su brazo a torcer. Seguía alentando constantemente, seguía apoyando al equipo y tratando de ganar partidos, como muchas veces lo habían hecho en el pasado, pero en esta temporada a los jugadores parecía que los colores no les dolían, no los sentían y por eso, poco o nada les importaba lo que pasara con el equipo en todas las competiciones que disputaba, ni cuánto podía estar alentando la barra, ni mucho menos, cuántos sacrificios esos hinchas habían hecho para ir a verlos caminar.

Julián siempre había sido de esos incondicionales, pero con cada partido que el Primavera jugaba sin ánimos, caminando de un lado a otro, viendo como sus rivales les hacían goles y los humillaba en su propia casa, empezó a putear al equipo.

Muchos, casi todos, se iban en contra de Julián, pidiéndole que dejara jugar al equipo, pero para él, que llevaba más de veinticinco años asistiendo constantemente al estadio y que sabía de sindicatos en el fútbol, esto no era más que eso, un sindicato.

-¡Hijueputas, descarados, sinvergüenzas!- gritaba Julián cada partido con más fuerza, cada partido con más eco. Poco a poco la gente que se sentaba a su lado en la tribuna empezó a darle razón y a contagiarse de su dolor.

-¿Por qué les grita sinvergüenzas?- se atrevió a preguntarle alguien alguna vez, cuando ya el equipo había cambiado de técnico y estaba ganando todos los partidos.

-¿Por qué?- empezó Julián- Porque sinvergüenza es aquel que no tiene vergüenza y eso es lo que han demostrado estos jugadores. No les da vergüenza tener los mejores sueldos y salir a caminar la cancha, no les da vergüenza ganar partidos de la manera tan mediocre que lo están haciendo. No les da vergüenza ponerse esa camiseta a rayas y no sudarla, no les da vergüenza  que personas como yo, que no tenemos con qué vivir, nos matemos trabajando para venir a verlos hacer el ridículo. Entonces, si no les da vergüenza eso y mucho más, son unos sinvergüenzas y hasta que no vuelvan a pelear y querer estos colores, a hacerlos respetar y sabernos representar, no voy a dejar de gritarles. Porque si ellos no aman al equipo, yo si; y cuando a lo que amo, lo tratan mal o lo irrespetan, yo, Julián Ramírez, el hombre que arregla ollas y que solo vive por el Primavera, por el Primavera doy mi vida.

Un comentario

  1. juanse me quito el sombrero nea, muy bacaon parce
    nos vwemos el sabado en la cancha para seguir demostrando que el orgullo esta en la HINCHADA no en los jugadores

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