La muerte

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El final del cuento, la muerte, llegó intempestivamente, tocó a la puerta de la historia, puso un punto final y no lo dejó escribir más. Aunque su objetivo era recordarla, amarla, retratarla, no pudo.

Corrió a buscarla, una a una fue timbrando en todas las casas del barrio donde sabía que ahora vivía, en ninguna le daban razón de ella. Siempre la misma descripción.

Cabello rubio hasta los hombros, ojos verdes, cachetes rosa, sonrisa blanca, gigante. Colores vivos en su manera de vestir, zapatos Converse de tela. Uvita decía que se llamaba.

No señor, no la conocemos, no la hemos visto.

Los nudillos le dolían, cada vez el esfuerzo por doblarlos y hacer que estos fueran el sonido que anunciaban su llegada, se hacía más difícil, lloraban sus dedos, las letras no podían tener razón.

Puerta café, pestillo azul, olor a ella. Podía escuchar el fuego de su voz a distancia, el olor se le filtró por la nariz aún más. Tocó la puerta.

Abrió la madre de ella, era tal y como la había visto por ultima vez. Bajita, gordita, de cabello café, no se detuvo. Siguió adelante sin saludar. Aunque la señora lo reconoció, no le opuso resistencia.

Ella lo miró, al borde de la ventana. La puerta del cuarto, donde se encontraron, se cerró.

-Te estaba esperando- le dijo.

-¿Si? ¿Y eso?- preguntó él.

-No se, hacía ratos necesitaba que nos reuniéramos, te necesitaba a vos. Pero no llegabas, necesitaba alguien que me escribiera, que me extrañara y al fin diste conmigo. Pensé que no me buscarías y mírate- dijo ella.

-Si, me miro y me doy asco, pero por eso vine, para dejar de sentirme, para volver a ser uno, más vos que yo, para ser feliz, hacerte feliz. Quiero sonreírte todas las mañanas, mirarte bostezar así sea mi tristeza- dijo él.

-¿Y qué estás esperando, que te diga qué hacer? Dale, comenzá.- dijo ella.

-Está bien.

Se metió las manos al bolsillo, sacó su pluma, la miró a los ojos, le dio el beso, borró el punto final en el cuerpo de ella, la empezó a escribir, a retratar, lentamente la tinta se fue mezclando con la piel, ella se fue muriendo, se fue de la mano de él. La madre, los reconoció, los vio felices, no los pudo detener. El cuerpo, descansó en la cama, sonriente, tatuado con las frases que él había escrito para ella, en el libro que le dedicó, antes de morir.

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