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La vi cuando venía en la distancia, cruzaba el semáforo, aunque la luz para peatones estaba en rojo. Miró su celular y su sonrisa iluminó el camino. La vi con estas gafas que según muchos ven el futuro y según otros tantos, son especiales para distinguir a lo lejos lo que puede pasar. Desde la esquina opuesta, pensé qué iba a hacer.
Tenía los lunares donde los había dejado la última vez. Sus pómulos pronunciados dejaban esbozar esa sonrisa que siempre me había gustado. Sus ojos chicos se veían seguros del camino que iban desandando, su cabello rubio fue luz cuando su sonrisa se desdibujó.
Llevaba un buzo gris con visos brillantes dorados, un jean azul y unos zapatos a rayas café y blanco, yo la vi acercarse y sentía que podía ser el momento de decirle todo, todo eso que el miedo me había hecho tragarme, eso que me hizo toser la vez que la tuve enfrente por última vez.
Recuerdo que para mí era la sonrisa más espectacular que había pintado el universo en mi camino y por eso le hablaba todos los días procurando que esos hoyuelos se le tragaran los cachetes y sus dientes se asomaran a reflejar la luz que tanto necesitaba mi vida.
Pero no fui capaz de decirle nada esa vez. Hoy, con la madurez en nuestras vidas y las adolescencias olvidadas, podría ser el momento de aprovechar que la casualidad nos tuviera ahí, frente a frente, en la misma acera, con la sonrisa como motivo para entablar una nueva conversación.
Me dediqué a observarla en la distancia, a admirarla, a deleitarme. Le seguí las curvas y busqué su sonrisa. Estaba perdida en el celular, sabía que iba a pasar, sabía que no me iba a recordar.
El cielo empezó a dejar salir el sol y a hacerle brillar más el cabello, las hojas secas chasqueaban bajo nuestros pies, los carros nos pasaban al lado a toda velocidad, los taxis pitaban con su afán. Ella impávida me miró a los ojos y volvió a mirar su celular, tal vez ya la edad le estaba haciendo estragos en los ojos y la miopía empezaba a nublarle la vista, por eso no me reconoció.
Yo sonreí y seguí cada uno de sus pasos con mi mirada, no supe si besarla o dejarla pasar. Quise hacer contacto visual hasta que se diera cuenta que mi mirada la intimidaba pero ella no supo, ni pudo reaccionar.
Me le paré al frente, ella me reconoció, la mirada se desvió de su celular, la besé con afán, como cuando sabemos que el beso debe ser fugaz porque el reloj es nuestro enemigo y los acosos de la adultez no nos dejan disfrutar de un beso profundo, mucho menos a esa hora en que la veía.
-Voy de afán- me dijo sorprendida por el beso, sonriente por demás.
Esa vez, por los afanes de la vida, la dejé pasar, así como pasó la vez que me atraganté de palabras, prometiéndole que la próxima vez iba ser capaz de, al menos, poderle hablar.