No seás marica

Toda mi vida he vivido en el Municipio de La Estrella. Un pueblo ubicado al sur a las afueras de Medellín. El cual tiene miles de habitantes

Este pueblo tiene una actividad económica muy particular, vive del turismo sexual. No sé si comercializan con prostitución…

Lo que sí sé es que en su jurisdicción hay una veintena de Moteles. De los cuales, alrededor de ocho rodean mi casa.

Aries, La Suite, Motivos, El Bosque, Los chalets, Los Dos, Sol y Luna son los cercanos a casa.

Por esa cercanía, mi papá y yo llamamos a la zona: «La zona de los asmáticos».

La situación empieza con un trabajo de la Universidad en el que teníamos que hacer una maqueta en grupos de a tres personas.

Yo, que poco me relacioné con las mujeres de mi curso porque les daba asco, me hice en el grupo con un par de amigos.

Hicimos el trabajo en grupo, pero para la maqueta, decidimos venir a mi casa. Que porque ellos querían conocer la finca donde yo vivía.

En esa época la última estación del Metro hacia el sur era Itagüí. Yo no tenía carro y me tocaba bajar por ellos hasta allá.

Ellos iban a traer los materiales: balso, cartones, pinturas y demás. Yo pagaba el taxi de venida.

Esa tarde, era un sábado, como a las 2 de la tarde. Ellos llegaron a los diez minutos. Uno de ellos tenía gafas oscuras y camiseta rosada.

Nos subimos al taxi con los materiales. El conductor era un viejito. Yo me senté adelante y ellos dos atrás. Llévenos a La Estrella, le dije

Ibamos conversando y dándole pautas al conductor de cómo llegar a mi casa. En un momento el taxista me miró fijamente.

En ese instante dijo: «Perdón que me entrometa muchachos pero si no es muy grosero de mi parte ¿Para que motel es que vamos?»

«Es que hay algunos en los que a las parejas de hombres les niegan la entrada.» Mis compañeros soltaron la carcajada.

Yo me cagué de la risa también, le dije que íbamos para mi casa a hacer un trabajo de la universidad. El señor se puso colorado Le subió volumen al radio y no hizo más que asentir a las instrucciones. Cuando le pagamos, nos pidió disculpas y hasta nos dio la mano.

Se despidió con un: «Cuídense muchachos y pilas con hacer cochinadas…»

Nos cagamos de la risa y quedamos como tres maricas. Al lunes, el amigo de gafas oscuras y camisa rosada, fue lo más masculino posible.

Entendimos por qué el conductor creyó que ibamos a motelear.