Memoría

Foto: http://vergyl.deviantart.com/

Despertó con el reloj despertador tronándole los oídos, como siempre, como odiaba. Porque sí, siempre hizo alarde de que su reloj biológico tenía la capacidad de despertarlo minutos antes de que sonara la alarma, pero ese día, ese fatídico día, lo despertó a los martillazos.

Se paró con el pie izquierdo como dictan los cánones de la mala suerte, se quedó sentado en el borde de la cama y con el celular en la mano.

Prendió la luz.

Trató de que el rayo de luz no se le metiera en los ojos, le hiciera doler la cabeza y le secara las legañas. Pero como siempre, como cada que se prende la luz en la mañana, fue imposible.

La cabeza le dolió, le dolió como le dolía desde que se había ido a vivir solo, le dolió como le dolía el pecho por las noches cuando respiraba, le dolió como le dolía la ausencia que se respiraba en su cabeza desde hacía algunos días.

Bostezó.

Cerró los ojos y empezó a caminar. Sintió el frío en sus pies y caminó despacio palpando los muros para encontrar cómo encender más bombillos de la casa. Pese a que vivía allí hacía cinco años, no recordaba los lugares donde estaban los tomacorrientes, mucho menos cuántos pasos lo separaban del baño.

Era como un ciego y lo odiaba,  porque así como odiaba al despertador odiaba despertarse de noche, o sea con la madrugada marcando en los relojes pero con la luna aún posada en el cielo.

Después de una búsqueda extensa que lo llevó al balcón, lo devolvió al cuarto, se encontró a mano derecha con el baño. Iba pegado a los muros y de casualidad sintió cómo la puerta se abrió.

Entró y buscó lentamente cómo prender la luz de ese pequeño cuartito donde se aseaba y sentía la tranquilidad que, solo satisfacer algunas necesidades fisiológicas, ofrece.

Encendió la luz.

Se miró al espejo y no se reconoció. Sobre el lavamanos reposaba una foto de él, lo acompañaban ella y sus gafas grandes. ¿Quién era ella? No lo recordaba, pero lo acompañaba. Él no se reconoció en el espejo, no se reconoció en la foto. Pero comparando, acercando la foto al espejo y haciendo zoom en la cara, encontró rasgos suyos en el hombre de la foto.

Se veía feliz.

Se vio flaco, como si no comiera hacía meses. Se vio ojeroso, como si no durmiera hacía años. Se vio arrugado, como si los años le hubieran pasado por encima. Se vio cansado, como si no tuviera vida.

Lentamente se quitó la ropa, se metió en la ducha.

Se bañó.

Salió despacio, se secó y se vistió. Miró otra vez la foto sobre el lavamanos, no reconoció al hombre que estaba allí, mucho menos a la mujer de gafas grandes. Acercó la foto al espejo e hizo zoom en ambos rostros. Encontró rasgos suyos en el hombre de la foto. Se dio cuenta que era él.

Se vio flaco. Se desvistió y se metió en la ducha.

Se volvió a bañar.

Cuando salió, se secó y se vistió. Miró otra vez la foto sobre el lavamanos. No sabía quién era ese hombre retratado, mucho menos la mujer de gafas grandes que lo acompañaba. Acercó la foto al espejo y se reconoció en la foto y en el espejo. Se vio flaco.

Se desvistió y se metió en la ducha.

Fue como una cinta de moebius o como un laberinto circular. Dio vueltas y vueltas y nunca se dio cuenta cuándo se olvidó.

No supo que la foto la había puesto él cuando la memoria empezó a fallarle, no supo que la mujer de gafas grandes se marchó cuando él no recordó ni un solo momento que vivió con ella. No supo que hacía tiempos no comía. No supo que el baño le quitaba dos o tres horas. No supo que esa noche no había dormido. No supo en que momento, después de bañarse y al encontrar la foto, murió.