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Cuando Ana llegó del Centro Comercial, encontró a su mamá sentada en el comedor, con un par de lágrimas en los ojos y un halo de tristeza que llenaba toda la casa.
Su casa, ubicada en un barrio de bajos recursos, su madre, una trabajadora de oficios varios que solo trabajaba en una casa los miércoles y viernes, que recibía un sueldo de diez mil pesos por día. Ana una chica de dieciséis años, sin ninguna preocupación, saluda a su madre, quien llora, inconsolable.
-Mamá, si vieras, encontré una blusa que me hace juego con éste jean que compré- le dijo Ana.
-¿Y entonces?- le respondió su madre en un tono un poco retador.
Ana se ofuscó, no sabía que le pasaba a su mamá.
-¿Qué tienes mamá?- preguntó.
-¿Qué tengo? Pues Ana Isabel, me entristece ver como gastas la plata en ropa de marca, cuando en la casa no tenemos qué comer.
-Pero mamá, es que mira que casi nunca me das gusto.
-Si no te doy gusto, entonces ¿cómo puedes llamar eso de darte todo mi sueldo de un mes para que compres un solo jean? Y ahora resulta que también te tengo que dar para la blusa porque si no es con esa blusa, ese jean que acabas de comprar no te lo pones. Y mínimo es de la misma marca y vale lo mismo que el jean.
-Pero mamá, no te pongas así.
-Pues Ana Isabel, me pongo así porque nos estamos muriendo de hambre mientras te gastas todo en salidas a centros comerciales y ya no aguanto más.
Ana Isabel se llenó de rabia, levantó la mano y golpeó el rostro de su madre.
-Si ves, es que a vos no te interesa que yo sea feliz- le gritó.
-Pues si tu felicidad la da la ropa, espero que esa misma ropa te dé de comer.
Ana, ya no toleraba más, tomó su celular, hizo una llamada, salió por la puerta y nunca más volvió.
Pense que Terminaria con un Final Feliz… Pero bueno es la Realidad
Y me alegro de que no volviese. Un hijo NUNCA en la vida debe levantarle la mano a sus padres. Es algo intolerable que ocurre (por desgracia) en muchas casas.
Quizas si se hubiese quedado en casa, esa discusión se hubiese repetido durante años y los golpes hubiesen ido a más.