La noche de las narices rojas

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Llegó con la luna, abrigada hasta más no poder, pese a los veintidós grados que marcaba el reloj del clima en el puente antes de llegar al apartamento de Daniel.

Daniel le abrió la puerta, su estado era deplorable,los ojos le lloraban, la nariz estaba colorada y la voz le faltaba, sin embargo, pese a estar tan enfermo, no la llamó, llevaban tanto tiempo posponiendo esta cita que no la iba a aplazar más por una simple gripa.

Luisa, como se llamaba ella, no era la excepción, bajo el abrigo café, escondía un cuerpo pálido, tras la bufanda que le tapaba la nariz y la boca, se encontraba una gran poma roja y una tos incontrolable, ella tampoco quiso llamarlo porque quería verlo, sentirlo, pasar un rato con él.

Cuando se vieron frente a frente en tal estado, se sonrieron, casi soltaron una carcajada.

Ambos eran sobrevivientes, no solo de la enfermedad, sino también de varios golpes al corazón que los había obligado a retirarse de la batalla por el amor.

¿Se querían? Tal vez si, solo que lo ocultaban, o al menos eso querían creer el uno del otro, que no existía nada.

Esta noche era distinta, pese al clima, el frío que sentían era terrible.

Luisa apenas ingresó a la casa, buscó la cocina, luego un vaso y finalmente dónde llenarlo para tomarse la pastilla. Con el caminar por la casa de un lado a otro, su cabello rubio ondeándose por toda la sala iba desprendiendo un olor delicioso, como ácido, como dulce, que adornaba y opacaba el que habitaba en el hogar de Daniel.

Daniel se sintió extasiado, ella lo miró y sonrió.

-Entonces, ¿Una película?- le preguntó él.

-Si, y una cobija para esta peste- respondió ella entre una sonrisa.

La película de poca importancia, Daniel buscó la primera de su colección y dio con una ucraniana, la puso en el DVD, tomó el control y se acostó en la cama donde ella lo esperaba bajo la cobija a cuadros, con su sonrisa y su nariz roja. Lo invitó a que se sentara a su lado, abriéndole un espacio en el interior de la cobija.

-Estas pastillas no me han hecho ni un solo efecto- dijo Luisa y se abalanzó sobre Daniel para besarlo.

Daniel extrañado por la reacción de Luisa, pero alegre porque era algo que venía anhelando hacía ratos, aceptó gustoso y con su lengua empezó a desandar esos oscuros caminos contaminados por la gripa que habitaban su boca. Poco a poco se sentía más dueño de ellos y los recorría con tal propiedad que Luisa fue sintiendo un cosquilleo que le bajaba por todo el cuerpo y se le iba albergando entre las piernas, allí donde el deseo estalla en gemidos.

Las manos de Luisa se fueron filtrando bajo la camisa del pijama de Daniel y con sus uñas fue trazando caminos en su espalda, lo deseaba, pero la única manera en que atinó a decírselo fue con un beso y un estirón en la camisa que a toda velocidad le quitaba.

Las manos de Daniel se fueron tomando confianza, pese a lo cubierta que estaba Luisa, sus dedos encontraron un lugar por donde filtrarse, como el viento frío que quería complicar más la enfermedad, pero fue solo poner la yema del índice sobre la columna de ella para sentir como se arqueaba, como sus poros se levantaban. Sonrió entre el beso e introdujo su otra mano por un espacio más grande que la ya habitante de ese saco, había abierto.

Luisa sonrió, se arqueó por el cosquilleo que le producía y lo besó más profundamente, una a una fue desprendiéndose de las capas de ropa que la cubrían del frío y dejó que el aliento de Daniel fuera el aire que le moviera todos los poros. No se quedó quieta, le besó el cuello, Daniel sintió un cosquilleo que le aumentó el poder entre su pantalón, Luisa sintió como la sangre de él bombeó hasta allá, bajó sus manos, las puso sobre el resorte del pantalón a cuadros del pijama, luego recorrió con los dedos esa forma que se marcaba a lo largo de la costura, hizo un puño con la tela y empezó a bajar lentamente la cobertura que aun protegía a Daniel.

Poco a poco fue besándolo, todo el cuerpo les sudaba, estaban tan acalorados que ya no sabía si sudaban por la fiebre o por la situación en la que se veían envueltos en ese instante. Luisa lo sentía palpitar en su boca, Daniel se estremecía, ella dio dos o tres lamidas y luego se volvió a besarlo, él no se quedó atrás y concentró sus esfuerzos y excitación en aprovechar el momento para sacarle el pantalón mientras le besaba los senos tan suavemente que ella gemía fuertemente, la sensibilidad se le alborotaba con la gripa.

La fue dejando sin ropa, su boca siguió bajando hasta encontrarse con la parte más húmeda que ella tenía, allí dio dos o tres besos, pasó su lengua unas doce veces, sintió como su cuerpo se erizaba aun más, luego la recorrió de arriba abajo con su aliento y se puso frente a ella. La miró a los ojos, Luisa abrió sus piernas al máximo para que no tuviera dificultad al entrar, le dio un beso profundo, la volvió a escudriñar con la lengua, mientras lentamente se iba introduciendo en una modorra que desembocó en sus ojos abiertos, despierto.

Se sonrió, nada había pasado, ni siquiera el beso, Luisa con la enfermedad cuando Daniel fue a buscar el DVD, se había quedado dormida. Él solo se había acostado a su lado. Ahora, ella descansaba en su pecho, abrigada como había llegado, la luna se estaba yendo, Luisa también estaría próxima a partir, ¿Quién sabe hasta cuando no volvería a verla? ¿Quién sabe hasta cuando no le diría que la deseaba? ¿Quién sabe hasta cuando le tocaría esperar para hacer ese sueño realidad?

 

 

 

 

 

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