Entre gambetas

Gambeta

Foto: http://www.mazcue.com

Desde que nació su hijo, quiso que fuera futbolista, el más famoso, el mejor de todos los tiempos en Granada. Él ubicado en Primavera, le puso de nombre Andrés, así como su más grande ídolo del Primavera Futbol Club, el único equipo que había ganado la copa de las Colonias en representación del pueblo Granadino.

Cuando creció y luego de haberle puesto uniformes del Primavera con el número diez, ese que llevaba también Andrés González en su espalda, decidió que su hijo, Andrés Hernández, debía presentarse a la escuela de futbol del Primavera.

El niño entrenaba y su padre se divertía, a los diez años de Andrés, cuando dio la primera gambeta y eludió a tres contrarios para marcar su primer gol, su padre también gambeteó a su madre y la dejó postrada en el suelo al confesarle que desde hacía un par de años se veía cada entrenamiento de Andrés, con la madre de uno de sus compañeros de equipo y con la cual se iría a vivir a partir de ese momento.

La madre y hasta ese momento esposa, dijo perdonarlo, se lo encomendó a dios, le dijo que fuera feliz y que por favor no se olvidara de ellos, él asintió, dijo que iría a todos los partidos de Andrés y que siempre lo apoyaría.

Andrés cumplió doce y su papá no fue a verlo en el torneo Maltica, cumplió quince y ganó la Liga de Santa Fe, su padre no fue a verlo, cuando iba a hacer la prueba para ser profesional, llamó a su padre.

Una, dos, tres gambetas, dos bicicletas y una finta sin balón para desarmar las ganas de Andrés, esta vez tampoco iría a verlo. Sin embargo, Andrés con sus gambetas, esas que si daba con el balón, se sacó a tres jugadores profesionales, se quedó frente a frente con el arquero y se puso a llorar.

El técnico del equipo le gritaba desde afuera y aún no creía que Andrés se hubiera parado frente a Olivetti, el arquero traído de la Pampa y se pusiera a llorar, sin embargo, apenas vio que lo desarmaron los defensas, lo sacó del campo, lo aconsejó y le pidió los datos.

-A partir de mañana, jugás con nosotros- le dijo.

Andrés feliz fue a su casa, le contó a su madre, ahora si podrían tener casa propia y salir de ese barrio donde siempre habían vivido y del cual su padre les había prometido que los sacaría, pero que nunca lo hizo.

El día del debut, Andrés tomó la camiseta con franjas horizontales que adornaban su pecho, rezó antes de entrar al campo y luego cubrió el escudo de ese, su equipo del alma con un peto verde que lo identificaba como suplente. El partido iba dos a uno en contra del Primavera, el estadio Gonzalo Nariño, estaba a reventar y más cuando el equipo rayado juega contra los Cipreses de Primavera, eterno rival, con el que disputa el clásico de la región.

Minuto treinta y seis.

-Andrés, entras vos- le dijo el técnico.

Calentó perfectamente, miró al cielo, luego al suelo, esperó a que el cuarto juez se parara a su lado con la paleta, ese número cincuenta y dos que lo hacía parecer el peor jugador del equipo empezó a brillar verde, reemplazaba a Gonzalez, su más grande ídolo.

-En tus manos quedamos pelao- le dijo el veterano que era sustituido.

Se agachó, con el dedo índice rozó el pasto y se echó la bendición, fue corriendo a recibir el saque de banda. Lo bajó con el pecho, la puso en los pies, hizo una, dos, tres gambetas, dos bicicletas y sacó a cuatro rivales, el público gritaba enloquecido, quedó frente al arquero y antes de derramar la primera lágrima, hizo una finta con el cuerpo, vio como Gómez, el goleador del Primavera se acercaba a toda velocidad, le hizo un pase, el arquero quedó desubicado, Gol.

El Primavera esa tarde ganó tres a dos, contra el Cipreses, Andrés contribuyó también en el tercer gol, en la tribuna su padre lloraba por ver a su hijo jugando tan bien, apenas acabó el partido, tomó el celular, lo llamó, Andrés mostró su alegría por recibir tan anhelada llamada, pensó que lo felicitaría, pero no, él solo llamó para pedirle plata prestada.

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