El día y la noche


Corto:
Día y Noche

Autor: Pixar.

Estaba sentado en mi escritorio, ese de roble que heredé de papá, lleno de cajones donde están cada uno de los cuadernos que han acompañado mis sueños de escribir desde la primera vez que tomé el lapicero para plasmar algo en papel, por allá cuando tenía doce años. A mi lado está Tomás, mi hijo de cinco años, en un escritorio que tuve que fabricarle para que estuviera ahi cerca de mi haciendo sus trabajos del preescolar.Tomás es crespito, de ojos claros, con cabello oscuro, cachetón, no muy blanco, no tiene de donde salir así, sonríe por todo y sale con unas preguntas que uno ni se las cree, esta vez está pintando un paisaje, la profesora les pidió que lo hicieran.

Nuestros escritorios están en el estudio, allí donde está la biblioteca y con una vista verde que termina en un horizonte azul que en los atardeceres se pinta de fucsia, rosa, naranja y lila.

-Papi- me dice Tomás.
-¿Qué pasa hijo?- le respondo.
-¿Por qué el cielo es azul clarito de día y negro de noche?- pregunta.

Yo me hice un ocho, mi cara hizo un gesto de estar extrañado por la pregunta algo sorpresiva y que logró sacarme del contenido que estaba realizando para esa revista en España para la que estoy adscrito hace años.

¿Ahora cómo le respondo? me dije.

-Pues Tom, es fácil- atiné a responderle- el cielo hace parte de la tierra y la tierra es una niña chiquita, así como tus amiguitas del preescolar o como tú. Entonces como es una niña, tiene una mamá y un papá que le echan una cobijita todos los días y le dejan una partecita descubierta, que es como la carita, lo que hace que cuando la tierra se cambia de lado la cobija se hace de noche, porque se oscurece todo, como cuando jugamos a la choza bajo la de mamá. Y el ladito descubierto es el día.
-¿Y quienes son el papá y la mamá de la tierra?- me volvió a preguntar.

Volví a hacerme un ocho.

-Son, Jupiter y Venus, que están siempre pendientes de ella, de que no le dé frío, que no le pase nada malo.
-Está bien- respondió Tomás.

Yo volví a mi trabajo, el niño al suyo. Seguía escribiendo tranquilo, sin ningún paro, Tomás pintaba y pintaba, montañas verdes, cielos azules, peces, una casita, a su mamá, a él y a mi, juntos frente a una casa, un sol amarillo, un arbol y una cancha de fútbol.

Luego de otro silencio, Tomás volvió a suspirar. Yo lo miré por entre mis gafas.

-¿Qué te pasa ahora hijo?- le pregunté.
-Que papi, yo no sé- respondió- pero es que siempre pensé que eran el sol y la luna los causantes del día y la noche, porque el sol brilla más y entonces hace todo más clarito, mientras que la luna no y por eso todo es oscuro. Igual, ¿cómo se me ocurre preguntarte a tí que solo sabes inventar cuentos? Debí hablarlo con mamá que me toma más en serio.

Yo sonreí. No sabía si enternecerme por saber que mi hijo era tan inteligente o porque en parte tenía razón y ya no debía tratarlo como un niño pequeño.

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