Dublin, Una ciudad que rompe cuerdas

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Había tomado la decisión luego de que ella le hubiera dicho ese “Te amo, pero lo mejor para los dos es estar alejados, para no hacernos daño”. Vendió su apartamento, su moto, sus instrumentos musicales y armado con una guitarra y una maleta repleta de ropa decidió salir a caminar por el mundo, fuera del país, alejado de ella.

“Si la música en la esquina me dio para conseguirme todo acá, allá donde dicen que todo es mucho mejor, me va a ir excelente” se dijo.

Llegó al aeropuerto, compró un tiquete a Dublín, lejos, al otro lado del mundo, donde tal vez nadie lo encontraría.

Luego de diez horas de viaje, sin conocer a nadie, se bajó del avión en medio de toda esa gente que poco sabía de su existencia, en medio de una ciudad tan grande como su imaginación, tomó su equipaje, buscó un apartamento para alquilar, dejó sus cosas apenas lo encontró y con la guitarra al hombro, llegó a una esquina concurrida y a acordes y canciones, empezó a ganarse la vida.

Así pasaron seis meses, el dinero de la venta de su casa y su moto, poco a poco se iban acabando, ya que su madre necesitaba y él en sus arranques de buen hijo, le enviaba buenas cantidades para que ella viera que estaba viviendo muy bien.

Tocar en la esquina poco le daba, los bares le cerraban las puertas, la primera cuerda de la guitarra se rompió luego de diez meses en la ciudad, el dinero casi escaseaba, el apartamento se había convertido en una habitación, sus comidas en restaurantes habían pasado a ser, comidas en panaderías y sus noches de lectura, en noches de insomnio, en la misma esquina, tocando la guitarra.

Dublín se enfriaba, él sonreía, pensó que no podía afectarlo, pero poco a poco así como el dinero escaseaba, la ropa de invierno también, decidió dejarse la barba, el cabello hacía tiempos había crecido, tal vez éste le podría cubrir del frío en el momento que más estaba necesitando un abrigo. Con la guitarra al hombro seguía cantando, ella nunca lo llamó, nunca apareció, incluso, por la casa de su madre nunca volvieron a verla, pese a que él le había dejado las cosas allá.

Así y con su recuerdo, seguía escribiéndole canciones a ella, imaginándola feliz al lado de otro, mientras la guitarra se iba quedando sin cuerdas, recurrió a salir y simplemente sentarse en la misma esquina, a cantar, a anhelarla, a sentirla y dejarse llenar por ese frío aire extranjero y soñar con volver a verla.

Luego de romper la última cuerda, la guitarra a su lado simplemente le servía para que la gente depositara las pocas monedas que recogía en un día de trabajo, la voz cada vez se le iba muriendo. Él ya iba reconociendo los pies de muchas de las personas que siempre le daban una moneda. Entre ellos los tacones de una mujer, que pasaba con pantalones de paño, cada día uno distinto, supuso era trabajadora de un banco. Le dejaba siempre un billete con el cual compraba su comida en la noche.

Un día, sin mirar al cielo, hace tiempos no lo hacía, vio pasar los tacones, esos que siempre le dejaban una moneda, primero de izquierda a derecha, a las cinco horas, de derecha a izquierda, ella se detuvo, le puso un juego de cuerdas sobre la guitarra y le pidió que por favor siguiera cantando esas canciones que había escrito para ella imaginándola con otro hombre.

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