Deudas por canciones

Foto: http://diariodeunaborde.blogspot.com/

Otra vez volvía a sentarse en el parque, era ya parte fundamental que adornaba ese céntrico lugar de una ciudad que poco a poco se iba tornando más hermosa arquitectónicamente, pero que su gente, en un afán por parecer con poder y dinero, estaba cayendo en actividades delictivas muy graves, o simplemente, sin necesidad de delinquir, estaban siendo tan burdos que la calidez que antes caracterizaba a los habitantes de Primavera, hoy era solo ese recuerdo de tiempos pasados.

Sacó su guitarra, su melódica, un cigarrillo que puso tras la oreja y se quitó el sombrero. Su aspecto desarreglado consistía en una camisa a cuadros abierta que dejaba ver una camisilla blanca bañada en sudor, un pantalón sucio, con un roto en la rodilla, recuerdo de la última vez que corrió con los señores de espacio público tras él y unos tennis rotos que cuando llovía, dejaban entrar el agua y mojaba sus medias.

Dio su primer rasgueo de guitarra, la gente empezó a acercarse y el corazón de él a palpitar, cada vez eran más las personas que se detenían a escucharlo, estaba cogiendo fama de poeta y cantador de historias que a cualquiera le podían pasar, y por eso todos se reunían en torno a él.

Y espero se repita, que no cortes y haya herida, Y espero que algún día seas todo en mi vida”, Cantaba con un sentimiento tal que se lo transmitía a todos los espectadores que lo miraban y le iban dejando monedas y billetes entre el sombrero.

Asi fueron pasando una, dos, tres, cuatro canciones, cada vez más aglomerada la gente: el sombrero se llenaba de billetes, era domingo y tal vez, el día que mejor le iba.

Paró de tocar.

La gente se fue alejando mientras el joven músico iba tomando los billetes y las monedas, y los iba acomodando, dependiendo del valor, de mayor a menor.

Un hombre se le acercó.

-¿Cuánto vale que me ayudes a conquistar una mujer?- Le preguntó.

-No vale nada, lo que me quieras dar. –Le respondió el joven.

-Soy empleado de Espacio público, te puedo pagar dejándote trabajar sin ninguna restricción en este parque.

-Está bien.- Aceptó gustoso el trato, ya podría trabajar tranquilo.

Esa noche, llegó a la cita con el hombre, se lavó bien el cabello, se compró una camisa nueva con el dinero y la lució para verse de buen aspecto, además el pantalón roto fue cambiado por un jean azul oscuro. El hombre lo miró y vio que ahora el músico le agradaba y estaba convencido de que con sus letras iba a conseguir lo que se había propuesto: conquistar a la mujer que amaba.

Tocó su mejor canción “Quiero ver amanecer en tus ojitos, Tu sonrisa saborear con lucidez, Caminar por la playa de tu mano, Oler tu cuello y saborear tu delicioso perfume francés”.

La mujer encantada con la voz y las letras de las canciones, salió al balcón, miró a los ojos a su pretendiente y luego al músico. Sonrió, envió en beso en el aire y luego volvió a entrar.

El hombre le agradeció al músico, le recordó el cumplimiento del trato y su interés porque le siguiera sirviendo de juglar para seguir conquistando a esa mujer que le quitaba el sueño. Ambos partieron sonrientes a sus casas. Lo habían logrado.

Al otro día, después de haber descansado lo suficiente, el joven músico volvió a su sitio de trabajo, esa plaza, la misma silla, ahí la encontró, la mujer a la que le había llevado serenata lo esperaba allí sentada, quería que él siguiera cantando para ella por siempre.

El músico sonrió, al otro lado del parque asomó el hombre de espacio público que con ayuda de dos policías, lo detuvo, lo subió a una patrulla y se encargó de que nunca más volviera a tocar guitarra y mucho menos, que volviera a ver la luz.

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