Nota: Este cuento participó en el concurso: «Un cuento para mi ciudad en cien palabras»
Cuando terminó de bajar la loma, se sentó a mi lado en la tienda de la esquina. Alguien la acompañaba.
-¿Quieres tomar algo?- le pregunté.
-No- respondió.
Las cabinas del metrocable volaban suspendidas y adornaban el cielo sobre nosotros.
-Igual, asi no quieras nada, creo que puedo amarte toda la vida- me animé a decirle.
El hombre que iba con ella, por mi atrevimiento se paró, me golpeó la cara.
-Es solo mía- me dijo.
Ella lo regañó.
-Jerónimo, pasito con el papá, él también tiene derecho a quererme- le dijo.
El niño sonrió y me dio un beso.