A la mujer del Metro.
Foto: http://tenerbuenasalud.com
Cerré la puerta del garaje en la oficina y empecé a caminar en dirección a la estación del metro. Adelante iba ella, una mujer que se adaptaba cien por ciento a mi gusto, cabello negro, piel completamente blanca, una camiseta verde ceñida al cuerpo que le marcaba la figura y un jean que apretaba sus caderas tanto que la hacían ver más sexy aún; de los zapatos no hablaré porque casi ni se los miré.
Paso a paso fui acercándome, ella iba tranquila, yo no, siempre caminar en la noche me ha generado temor, gracias a mis problemas de paranoia.
La sobrepasé en el semáforo de la esquina a la estación, compré un tiquete que me llevara a mi pueblo y entré a esperar el tren. Ella, tras de mí, compró un tiquete para mi mismo pueblo.
Subí las escaleras con el mismo entusiasmo de siempre, dos canciones y un baile ya característico mientras voy dejando peldaño tras peldaño. Cuando llegué al final de la escalera, miré hacia atrás para ver dónde venía ella.
Ahí estaba subiendo uno a uno los escalones, mientras su mano derecha se apoyaba sobre el pasamanos, su rostro blanco, acompañado de un toque de rubor y que era armonizado por una línea negra en el parpado que resaltaba el color avellana de sus ojos, iba reflejando el cansancio y la dificultad que tenía.
Su boca carnosa, rosa, iba entreabierta, muestra de la dificultad que tenía para respirar, pues sus pasos se detenían o se movían al ritmo que su pecho lo permitía.
El tren llegó, ella solo iba a la mitad de las escaleras, decidí esperarla. Ahí se detuvo, estaba descansando, decidí acercármele.
Volví a bajar las escaleras, metí mi mano en el bolso que llevaba cruzado sobre el pecho y me paré a su lado.
Ella me sonrió, yo le respondí con una sonrisa también, saqué la mano del bolso y se la extendí, ella la miró con desconfianza, pero apenas vio que en ella tenía un inhalador de salbutamol, sonrió y lo tomó para ella, lo destapó y se dio una, dos, tres descargas del aire que le permitió volver a respirar tranquilamente. Me devolvió el inhalador, yo le toqué la boquilla, aun untada con su saliva, sentí como esa humedad me producía algo, es más lo acerqué a mi nariz y allí encontré su aroma impregnado.
-Gracias- Me dijo, sacándome de la escena que estaba haciendo- Me llamo Alejandra.
-Con gusto, sabía lo que tenías- le dije- Mi nombre es JuanSe.
-Vi que me seguías en el camino, pero no pensé que fueras tan caballero- Coqueteó.
-Tranquila, no fue nada, simplemente te vi tan alcanzada y como yo también sufro de asma, quise ayudarte.
-Es que dejé el mío en casa.-Agregó.
-Si, eso noté, a mi también me ha ocurrido, solo que no he tenido quien haga esto por mí- le dije mientras me reía.
-Igual eres muy bello, algún día te ganarás un beso.
-No es necesario, ya aprisioné todos los que pudieras darme en mi cajita para respirar- respondí.
Ella sonrió y se sonrojó, mientras conversábamos para llegar a nuestro destino.
A partir de ese día, empezó a nacer una relación, ella tenía su novio, yo tenía mi novia, pero poco a poco nos fuimos conociendo mejor, tanto que empezó a esperarme a la salida de la oficina y como no podíamos darnos ni un solo beso, lo hacíamos compartiendo el inhalador cada que nos sentíamos sin respiración, cosa que ocurría cuando estábamos el uno frente al otro.
Simple y sencillamente…. explendida narración… realmente viejo en esto sos el mejor.