Ansiedad II

Cuando a uno le toca aceptar el reto de vivir, no le dicen que tendrá que aprender a controlar la ansiedad, convivir con ella, soportarla y botarla de alguna manera.

Cuando uno empieza a enamorarse del fútbol, no le dicen que tiene que sentir ansiedad, ella simplemente se materializa de formas que tal vez nunca se han manifestado en el ser humano y que podrían terminar convertidas en una infinidad de motivos para una investigación.

Hablemos de mí. Voy a ajustar casi dos semanas sin dormir bien por culpa de la ansiedad que el fútbol me remite. Primero soñé durante tres días con unos penales en Brasil que luego se materializaron, a eso le mezclé un poco de pérdida del apetito, un montón de recuerdos y pesadillas donde nuestro mejor cobrador, tiraba la bola al cielo.

Menos mal no fue nuestro mejor cobrador, sino el rival, el que tiró la pelota arriba del horizontal. Menos mal volví a comer, menos mal volví a dormir. Boté la ansiedad en un grito de gol, en una atajada de Armani en esa mítica semifinal, en cada mordida de labios, chasqueada de dientes, incluso, en cada parada y vuelta a sentar que tuve durante los noventa minutos de ese segundo partido.

Ahora la historia se repite. El escenario es totalmente distinto. Se viene una final Internacional, algo que llevaba esperando hacía poco más de una década. Y empezamos de local, algo que aumenta más mi ansiedad, me quita las ganas de hablar, las ganas de comer, las de dormir, las de escribir.

La ansiedad se puede dar de muchas formas: comprando una boleta, buscando qué ver en la televisión y de repente aparecen hablando del partido que se va a jugar, caminando por la calle y alguien va con la camiseta del club. Mejor dicho, cuando menos te lo esperes, la ansiedad se puede apoderar de vos y cambiarte el día.

La ansiedad a mí, me hace perder la concentración, me hace ver arcos en todos lados e imaginarme unos penales, y ahora, con una final encima, ver arcos e imaginar penales me hace recordar el penal que Miyuca Mosquera estrelló en el travesaño, ingresó y salió, que terminó marcando la eliminación de Nacional, injusta, pero la marcó.

La ansiedad me revuelve el estómago, me llama al silencio. Un partido internacional de local me pone reflexivo, me hace rememorar la vida, me hace plantear distintos escenarios. La ansiedad me come la lengua, me acelera el pulso, me indispone. El día que Nacional juega de local ante un rival internacional, no hablo. A duras penas saludo a quienes me rodean siempre en la tribuna. Pero el silencio, ese silencio me acompaña hasta el pitazo inicial. Es un silencio que se nota, que se puede respirar. Es un silencio que otros ahogan en alcohol y yo lo ahogo en un grito gutural al iniciar el partido.

Ahora, cuando llegue la noche, cuando llegue a casa y apague las luces, sé que no dormiré; no dormiré por la ansiedad, por pensar en lo que podrá ser el partido, por el recibimiento al equipo, por los gritos, las faltas, las patadas. No dormiré pensando en quiénes serán los once que van a representar los colores en este, el partido más importante de la historia del club de mis amores en años. La cereza del pastel para la hazaña de Don Juan Carlos, quien con fútbol y títulos se ha encargado de callarnos la boca a todos y llenárnosla de ansiedad, de silencio. Yo espero que siga con ese trabajo y sus pupilos nos dén un título, un título que se debe empezar a labrar desde mañana.

Porque mañana, cuando muchos pasarán de largo, no entenderán que en los edificios de esta ciudad habrá un montón de ansiosos, millones en el país, millares en el estadio.

Mañana, cuando tenga que aceptar el reto de morir, lo aceptaré con la satisfacción de haber sentido ansiedad ante la definición de un título importantísimo para el club de mis amores. Mañana, cuando se acabe el partido, llegue a casa y apague las luces, no dormiré, porque vuelve a empezar la ansiedad, esa que al que se inventó los partidos de ida y vuelta, le alegra ver reflejada en los rostros de cada uno de los que vive el fútbol como una pasión.