Al desnudo

 

frente a frente desnudos

Ahí estaban, desnudos, frente a frente. El olvido los había unido y hoy, en esa cama doble de colchón blando, con las sábanas arrugadas por el rastro de dos cuerpos que estaban sobre ella, dieron por finalizado algo que llevaban haciendo desde hacía tres meses.

El primer día, simplemente le había dado un beso, profundo, le hizo erizar todo, pero no fue nada, al segundo le rozó el cuello con sus dedos, al tercero le besó la oreja, al cuarto se sumergió en su olor. Así se seducían, jugaban cada vez más, mientras más se veían. Se saboreaban, se excitaban, se desnudaban, cada día una prenda distinta pero nunca se habían quedado como estaban ahora, sin ropa, sinceros.

La besó profundamente, ella le acarició el cabello. Sus senos rosa jugaban a combinar con el color trigueño casi oscuro de la piel de él. Los cabellos se mezclaban en la almohada, la humedad de la entrepierna de ella, era similar a la erección de la de él. Se deseaban. Desde el primer día, desde el primer beso.

A los treinta días la delineó con la lengua desde la clavícula hasta el lóbulo de la oreja, en repetidas veces, hasta sentir los poros de ella explotar. A los cuarenta fue ella la que introdujo su mano bajo la camisa de él y le recorrió la columna con la punta de las uñas. Jugaban, si, se deseaban, cada día más.

-Quiero sentirte- le dijo él una vez.

Ella se sonrojó, sonrió, agachó la cabeza, lo besó. Él sonrió también.

El frío se filtraba por la ventana, pero ambos se tenían ahí, al descubierto, abrazados, se acariciaron desde la punta del cabello hasta la de los pies, los ojos cerrados, los labios abiertos, las lenguas sedientas, los poros dispuestos.

La noche se hacía cada vez más oscura, los cuerpos cada vez más claros, el fuego de sus corazones volvía con olvidos.

-Te quiero tener así toda la noche- le dijo ella a él.

Él se sonrojó, sonrió, agachó la cabeza, la besó. Ella sonrió también.

Se quedaron desnudos una hora. Simplemente se sintieron, piel con piel, sin sudor, sin pudor, sin pena. Algunos dicen que desnudarse sin penetrarse no vale la pena. Pero el aliento de él sobre el cuerpo de ella y los besos de ella, sobre el aliento de él, son más recompensa que cualquier orgasmo. Para sentirse, para recorrerse, para penetrarse, tendrán el resto de la vida. Para conocerse, solo esta primera vez.

Miraron el reloj. La madrugada se hacía cada vez más fría. Se vistieron. Se besaron. Juraron volver a hacerlo. Hoy solo quieren desnudarse, conocerse, recorrerse, desearse.

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