Foto: Yanoad Flórez
¡Perdón!
Ese es el último grito que Salvo, el personaje principal, hace. Sí, les dañé el final de la obra, pero es solo el principio para advertirles lo que puede pasar. Se escucha ese grito, ahí se apagan las luces y dan ganas de no dejar de aplaudir por el resto de la vida. Y por si fuera poco sentís ganas de llorar.
Así acabé yo Labio de Liebre, así la sentí.
Desgarradora, sí, lo es. Fabio me había dicho un día antes que no tomaba partido por ningún bando en la obra. La cuestión es que no tiene por qué, porque todos en este país hemos estado en uno de los bandos que se reflejan en el escenario y para mayor dolor, algunos se atreven a tomar una posición mientras están frente a estos doce actores que lo dejan todo sobre las tablas.
Es bella, cargada de una iluminación, una música y una puesta en escena que hacía años no veía. Tiene todos los matices que el conflicto armado nos ha ayudado a moldear con todos estos años de dolor, guerra, muerte y sangre. Y aunque a muchos les parezca triste que en la obra salgan carcajadas cuando deberían brotar lágrimas, con chistes tan crueles como los que fluyen con un partido de fútbol jugado con cabezas de inocentes, es más triste que sea nuestra realidad como país y que lo tomemos tan deportivamente, que seamos capaces de asistir a esas atrocidades en la realidad mientras disfrutamos del almuerzo.
Duele eso, pero porque toca de la forma más sincera lo que de alguna u otra forma todos en Colombia hemos tenido. Discriminación, burlas, violencia, todos los tipos de violencia que usted se imagine están reunidos en una hora y quince minutos de un drama que puede ser el de millones en este país, mirado con otros ojos, redefinido y llevado a las tablas por el Teatro Petra, que este año está cumpliendo treinta años, que este año le dijo al país sin memoria que quería invitarlo a hacer memoria.
La oscuridad aparece y desaparece objetos, forma una selva, una casa, un bosque, forma fosas comunes y la tormenta que siente en el corazón y en la memoria un hombre que carga en su espalda la muerte de muchos, que ordenó el sacrificio de inocentes y que se justifica diciendo que no es malo, que sí, que cortó las cabezas para jugar fútbol, pero que no es malo porque no jugó ese partido. De ese tamaño es la ironía de Labio de Liebre, de ese tamaño es la ironía de este país que ya está dejando en libertad a los asesinos de miles solo porque fueron capaces de admitir que habían dado órdenes.
Es que, irónicamente, a unos nos gusta y a otros les duele por el simple hecho de ponernos a hacer memoria, por ponernos en los zapatos de todas las víctimas y de los victimarios que ha dejado este país. Irónicamente nos gusta o nos duele porque dice la verdad y porque al final de todo, con la limpieza de sus actuaciones, donde te enamorás de personajes, odiás a otros y hasta los querés matar, quiere pedir, de manera simbólica, el perdón que como país le debemos a muchos que en cualquier lugar han sentido, tenido, y vivido, algún tipo de violencia.
Con estos dos días en Medellín, donde el Teatro Pablo Tobón Uribe estuvo casi a reventar, quedó demostrado la gran obra que es Labio de Liebre, que además seguirá de gira por el país, tratando de mostrar esos rostros del conflicto que muchos se niegan a ver, esos rostros que están enterrados en fosas comunes, que hacen filas para reclamar ser reconocidos como víctimas, que esperan que todos sus victimarios, aparte de aceptar culpas, se pongan en sus zapatos, los miren a los ojos, les pregunten sus nombres y al menos, haciendo memoria, griten, como Salvo, ¡Perdón!.