Foto: www.gaudi-home.cat
Nota: Este cuento participó en el concurso de cuento corto del Metro de Medellín.
Afiné la máquina del tiempo con la intención de llegar a Barcelona y enterarme por qué su arquitectura era una referencia para la transformación de muchas ciudades. Me puse mi chompa de los Monsters Inc, mis jeans negros y mis tennis Vans y decidí volver a mil novecientos veintiséis, a buscar a Gaudí, uno de los hombres que revolucionó la ciudad española y que era referente arquitectónico para varias de las construcciones que hoy inundaban la eterna primavera.
Cuando llegué a esa Barcelona conectada por carros Ford negros y tranvías que recorrían la ciudad de un extremo a otro, quedé sorprendido. Estaba en obra, como el lugar donde yo vivía, solo que un siglo antes y con una organización sorprendente. Estaba en obra por culpa de un señor que había decidido revolucionarla con una artística arquitectura, con una visión modernista, con un ideal de naturaleza y ambiente que la hiciera más armónica con lo que la rodeaba.
Curvas, arabescos y sonrisas que se dibujaban en los transeúntes y en las fachadas de las casas eran su más grande característica, sonrisas. Gaudí era un hombre que viajaba en tranvía a diario, que lo usó para recorrer su ciudad en silencio y ver sus avances. Un tranvía que unía la vida de miles de habitantes de Barcelona, que los integraba y los movía de un lugar a otro, sin contaminar, sin discriminar, sin esperar nada a cambio. Algo así se quería en mi ciudad con el tranvía que estaba en proceso, que había congestionado las calles y los barrios, pero que iba a ser un pulmón más para respirar aire limpio, para respirar profundo y llegar a casa sin preocupaciones en la espalda, sin largas esperas en filas de autos que no se mueven, que pitan, que alumbran, que asustan.
Escondí muy bien mi máquina del tiempo y caminé Barcelona sorprendido, Gaudí estaba transformando a una ciudad con sus propuestas, estaba contando historias y deshaciéndose del pasado. Caminé y llegué a La Gran vía de las calles Catalanas que era marcada por un largo tranvía; la hora estaba cerca.
Miré mi reloj digital, suspiré y al fondo lo vi, distraído con sus edificios, con su creación, con su ciudad; me daba la espalda y caminaba deslumbrado. El tranvía se acercaba, ese tranvía que estaba marcado en los libros de historia y que iba a cegarlo para siempre.
-Gaudí – grité.
Volteó buscando quién le había gritado, me le acerqué. Ese hombre, de aspecto desarreglado y barba raída, estaba cambiando la historia de una ciudad. No supe qué decirle.
-¿Qué quieres, muchacho?- me preguntó.
-Nada, solo quería salvarle la vida- le dije.
Le conté que venía del futuro, que quería que acabara sus obras, que vivía en una ciudad que usaba a su Barcelona como referente, que estaba construyendo un tranvía. Se rió. No entendía cómo un tranvía iba a cambiar la vida de una ciudad cien años después de haberse inventado. Lo invité a viajar conmigo, se subió a mi máquina del tiempo y viajó conmigo a Medellín.
Hoy camina deslumbrado, no cree en la arquitectura que está observando y mucho menos cree que su Sagrada Familia no se haya podido terminar. En su ciudad lo dieron por muerto, pero en el tranvía de Medellín, mi ciudad, de pronto, se lo puede encontrar.