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Ahí estaba la puerta color caoba con el número cuatrocientos dos en bronce pegada a ella, a un lado del marco descansaba una placa.
Andrés Méndez
Psicólogo
Entró con su cabello castaño, su corbata bien puesta y el saco gris que no combinaba para nada con sus jeans oscuros y mucho menos con sus tenis rojos.
-Buenos días señorita- se dirigió a la recepcionista.
-Buenos días señor, ¿tiene cita?- le preguntó la mujer tras ese microfonito de diadema que le da un toque más ejecutivo a la secretaria de los doctores y por el cual generalmente hablan con sus novios.
-Si, soy Pedro Pérez, tengo cita a las 10- dijo.
-Espere un momento en la sala de espera, ahí hay revistas, ya el doctor lo llamará.
La sala de espera estaba vacía, olía a ambientador barato de violetas, el revistero estaba un poco desgastado, tanto que la revista más nueva databa de tres años atrás. Pedro se sentó, empezó a zapatear con sus tenis rojos, silbaba de vez en cuando y a veces chasqueaba la lengua, miraba el reloj impaciente, sudaba un poco, quería quitarse el saco, pero no quería mostrarle el mapa que su sudor había marcado bajo su axila sobre la camisa: la recepcionista le atraía y no quería desilusionarla.
Una puerta se abrió, alguien salió sonriente.
-Gracias doctor- dijo.
-Con mucho gusto, nos vemos en ocho días- respondió el doctor.
La risita fastidiosa y aguda de la recepcionista se escuchaba como música de fondo en la sala.
-¿Quién sigue?- preguntó el doctor a la recepcionista.
-El señor, se llama Pedro Pérez- dijo la mujer que había interrumpido su conversación por Messenger para decirle el nombre del siguiente paciente a su jefe.
-Don Pedro- dijo el médico dirigiéndose al único paciente que había en la sala de espera- sígame.
Pedro se paró, ya no aguantaba más el olor. Estornudó. Siguió al doctor hasta la oficina.
-Buenos días don Pedro, siéntese ¿Qué lo trae por acá?- preguntó el doctor mientras con la mano le señalaba una silla donde se iba a sentar.
-Buenos días doctor, antes de empezar, quiero preguntarle algo ¿Dónde está el diván?- preguntó Pedro.
-Yo no uso el diván, pero le aseguro que vamos a encontrar cuál es el inconveniente que tiene, ese es más un cliché de las películas.
-Está bien doctor, voy a contarle. Resulta que todos los días, a las siete de la mañana y a las siete de la noche, me ocurre un fenómeno que me tiene un poco asustado. Y es por eso que recurro a usted para ver cuál es mi problema y qué tan grave puede ser.
-Si, Pedro, cuénteme con confianza- asintió el doctor.
-Doctor, es simple, vea que a esas dos horas, empieza un gran problema para mí, pues empiezo a ver visiones.
-¿Sí? ¿Qué tipo de visiones?- escudriñó el doctor.
-Se trata de un mapa físico del mundo, donde veo las montañas, las nubes y todas esas precipitaciones naturales que se pueden encontrar. Ríos, selva, desiertos, todo está ahí y yo lo veo, pero no está.
-¿Y qué más ve?
-También veo cómo se comportan algunos fenómenos, huracanes, el oleaje, los vientos, es más, hasta sé a qué velocidad va el viento en cada ciudad del país.
-¿Qué más?
-Sé a qué grados está cada ciudad, si va a llover o no, o si el sol va a alumbrar hasta el achicharronamiento. Es más, hasta adivino el futuro, porque sé si lloverá al día siguiente o en el transcurso del día.
-¡Oh!- se sorprendió el doctor.
-¿Qué pasó doctor? ¿Es muy grave lo que tengo? -Preguntó preocupado Pedro.
-No, tal parece que no es tan grave- lo tranquilizó el doctor- pero antes, dígame ¿Dónde le ocurre esto?
-Generalmente es frente a una pantalla verde.
-Ah, con razón ve todo eso. Tal parece que usted lo que tiene es Síndrome de hombre del tiempo, es más, estoy más que seguro que usted es el hombre del tiempo que sale todos los días a las siete de la mañana y a las siete de la noche en el Canal de las noticias dando el informe del tiempo para todo el país. Así que no es tan grave lo que tiene.
-¿Cómo así? ¿O sea que no me va a tratar? ¿No me va a acostar en el Diván?
-Sí, posiblemente si, pero para encontrar qué es lo que lo hace ver todos esos accidentes naturales.
-No doctor, no son accidentes.
-¿No? ¿Entonces qué son?- preguntó el doctor.
-Esos doctor, son mi tormento, pero también, son la única manera que tengo para volar, para escapar de la realidad.
-Entonces Pedro, déjeme decirle que usted no tiene nada, porque si cree estar loco por su trabajo, pero es su manera para escapar de la realidad, es mejor que lo haga y lo disfrute, porque imagínese cuánta gente no quiere volar todos los días por el país así como usted lo hace.
-Tiene razón doctor, tal parece que no tengo nada. Tendré que disfrutarlo. ¿Entonces, cuándo nos volvemos a ver?
-No es necesario, tal vez yo lo vea a usted mañana, pero no sé usted cuando me vuelva a ver, es más, si quiere un día de estos me invita a volar por el mapa físico del país con usted.
-Listo, trato hecho, volaremos juntos.
Pedro se paró, el doctor lo acompañó a la puerta. Estrecharon sus manos. Se dieron la espalda. El doctor volvió a su oficina mientras Pedro con una sonrisa se despedía de la recepcionista, cuando estaba justo por abrir la puerta del consultorio, tomó carrera, empezó a correr, abrazó por la espalda al doctor y con ese impulso volaron los dos por la ventana.
No volaron por el mapa físico del país, pero si lo hicieron por las calles de una ciudad capital cada vez más caótica y atestada de gente que busca ser tratada de algo y termina ocultándole todo al doctor, por miedo a terminar interna en un hospital mental; Pedro fue uno de ellos.