Ser su distancia

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La oscuridad de la noche se metía entre la casa y empezaba a cubrirlos, la distancia que había físicamente, se acortaba con una luz que alumbraba bajo las cobijas.

La madrugada les agarraba con los dedos en la pantalla diciéndose verdades que en persona se tragaban. Los ojos les pesaban, pero aún así, las ganas de verse podían más y los hacían trasnochar.

El día en que más se desearon ya el reloj marcaba las dos de la mañana.

-Quiero tenerla aquí- escribió él.

-¿Sí? ¿Y para qué?- respondió ella con una nota de voz.

-Para decirle que tengo en el pecho todas las pasiones reprimidas y las manos dispuestas para poder desnudarla. Para escribirle con mis dedos lo que quiero hacerle a besos, para recorrer con mi lengua, cada parte de su piel.

-No me antoje- volvió a decir ella en una nota de audio.

-¿Por qué? ¿No quieres?- respondió él con los dedos a toda velocidad.

-¡Claro que sí! ¿Usted quiere?- dijo ella.

-Obvio, quiero tenerla aquí, quiero sumergir mi lengua en lo profundo de sus piernas y susurrarle al oído algún deseo oculto. Sentir su sudor pegándose en mis sábanas, sentir su aroma, sus jugos, su alma. Aromatizar mi casa, con su sexo y sus excesos. Musicalizar mi cuarto con sus gemidos profundos. Iluminar la biblioteca con la luz de sus orgasmos. Pintar de su color el techo que nos cubre.

-Dios santo, no me diga eso que estamos muy lejos y no hay cómo salir de aquí- alegó ella.

El silencio volvió a interponerse entre ellos. Porque al final ese mismo aparato que los unía cada noche entre palabras, al final, por más cerca que quisieran estar, sin estar frente a frente, solo iba a ser su distancia.