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Mariana despertó como ya era costumbre, con el cantar del gallo de su vecina, su madre estaba en el baño y como todos los días, Mariana le preparó el desayuno.
-Marianita, me voy, acuérdate de consentir a tu padre que ayer trabajó hasta muy tarde y estará muy cansado- le dijo mamá antes de irse.
Mariana tomó la escoba, empezó con esa labor que podría considerarse su empleo pese a sus diez años de edad, se colgó el radio en el cuello, sintonizó la emisora y poco a poco fue sacando el polvo que se aglomera diariamente en el suelo de su casa.
Así va transcurriendo la mañana, entre escobas, trapeadores, sacudidores y reggaeton que ponen en la emisora, Mariana baila y organiza su casa. Andrés, el padre de la niña despierta, cuenta con treinta y tres años y trabaja como obrero de construcción; hoy tiene los ojos aun perdidos en la noche que pasó, noche en la cual se ahogó en alcohol y que hoy con el sol tradicional por estos días en Medellín, le hace ver el guayabo que trae consigo.
A gritos Andrés le pide a Mariana que le traiga algo de limonada bien fría. Ella, mira con mala cara que él haya despertado, suelta la escoba y entre maldiciones va a la cocina a prepararle limonada.
Cuando sacó la jarra de agua helada y lo mezcló con los limones, ya Mariana sabía qué seguía, sirvió en un vaso grande un poco de la limonada que había preparado, casi hasta el borde lo llenó, dio tres, cuatro, cinco pasos, llegó a la habitación de su padre y le entregó la limonada, él le dio un sorbo, su garganta carraspeó, tosió, dio un graznido con su boca y puso el vaso en el nochero.
Mariana ya iba saliendo de la habitación cuando su padre la tomó por el estomago y la sentó en sus piernas.
-¿Cómo amaneció la niña más hermosa?- le preguntó él.
-Bien.- le dijo ella entre sollozos.
Mientras le preguntaba como iba el día, le besaba tras la oreja, le acomodaba el cuello y recorría con los dedos el interior de su abdomen. La niña lloraba, sentía como esos dedos comidos por el cemento iban entrando en su pantaloncito y tocaban su inocente sexo. Poco a poco le iba quitando la ropita y la acostaba en la cama. La niña lloraba, gritaba, él sonreía, disfrutaba, cuando hubo acabado, la besó y le dio las gracias por, como le decía todas las mañanas a Mariana su madre, “Consentir a papá”.
Que horrible ….
mmm No se es dificil . leer ese tipo de cosas por que se sabe qeu pasa dia tras dias y nadie se entera o los que se enteran nunca hacen nada…..
Era eso lo que quería resaltar con lo que se narra en el cuento los ojos ciegos y oídos sordos de todos con respecto a este problema… 🙂 Gracias…
desde el vamos se veía que no terminaría bien.
duro, como la realidad.
un beso*