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Le quedaba tres por ciento de batería antes de naufragar en el océano de la realidad, por eso el desespero se hizo presente, por eso correr fue lo único que encontró como alternativa para calmar la ansiedad que le producía solamente mirar a los ojos a quienes se cruzara en el camino.
Corrió, sin importar que el centro comercial estuviera lleno de gente, sin importar si se llevaba a alguien por delante. Llegó a una columna de concreto, allí, congregados como yonkis esperando su dosis, estaban personas de todas las edades con su celular en la mano y un cable que los aferraba al muro.
Isla de carga de energía decía en el letrero que estaba sobre todos ellos. Islas, en eso se habían convertido todos.
Esperó quince minutos antes de encontrar un espacio donde conectarse. Agradeció a quien se fue. Bendijo la energía que llegó.
Encendió la pantalla y se sumergió de nuevo.
-Es raro lo dependientes que somos de estos aparatos- dijo una voz a su lado.
-Yo no dependo de él- respondió.
-¿Y entonces por qué estás aquí? ¿Por qué agradeciste? ¿Por qué suspiraste cuando pudiste enchufarlo?- preguntó la voz.
Hubo silencio y asintió. Tal vez la voz tenía razón. Tal vez sí dependía, pero sabía que no era el único.
-¿Y vos por qué estás aquí?- preguntó.
-Por lo mismo que vos. Lo necesito, así me quiera hacer a la idea de que no- respondió la voz.
-Maldita sea. Mucho gusto- sonrió.
Hubo otro silencio, profundo. El ruido del centro comercial sonaba distante. Algunos tenían los audífonos bien puestos, acompañándose aún más en ese momento.
-¿Has notado que ahora nos separan un cable y un aparato de las personas que más queremos?- preguntó la voz.
-No. No creo que nos alejemos de las personas que queremos- respondió.
-¿Con quienes viniste a este centro comercial?- preguntó la voz.
-Con mi familia-
-¿Y dónde están?- preguntó de nuevo la voz.
-No sé- respondió.
-Ves. Mínimo y viste que te ibas a quedar sin batería y los dejaste, saliste corriendo a buscar esta isla y aquí estás, más preocupado por cargar el celular de nuevo que por saber dónde están los que más quieres.
Hubo otro silencio.
-Somos islas, cada vez más. Solitarias, encerradas en el mar de información, cada una en un mundo distinto, sin tejer puentes que nos unan con otras personas más allá de los datos. Somos islas que temen a naufragar en la vida real- siguió la voz.
-No creo que seamos islas- respondió.
-¿Con cuántos de los que están aquí hablarías?- preguntó la voz de nuevo.
-Con ninguno. Tal vez con vos- respondió.
-Pero fui yo quien te habló- dijo otra vez la voz.
-Tienes razón. Yo sería incapaz de hablar con alguien desconocido si no es por un medio digital.
-¿Por qué?- preguntó la voz.
-No sé, me da más confianza- respondió.
-Porque no tienes contacto con nadie, no tienes que mirarlo a los ojos- dijo la voz.
-Tal vez. No se ven mis inseguridades a flor de piel- agregó.
-Sabes, yo creo que los celulares sirven para que no nos sintamos tan solos.
-Puede ser. Aunque no creo.
-Tal vez la necesidad de siempre tener batería en algún dispositivo es una representación del miedo que nos da levantar la cabeza y encontrarnos completamente solos- dijo la voz.
Alzó la cabeza, vio a todos con el celular en la mano, la cabeza gacha, el silencio. Nadie miraba a nadie. Vio la soledad, sintió la soledad. Desconectó el celular y volvió a buscar a su familia.