Obra: Edward Hopper
Sabía que no volvería, la miré silenciosa en la silla, inmóvil.
Le besé la frente, la miré a los ojos. Su mirada estaba perdida en el horizonte, qué miraba, qué había sido eso que la detuvo y le hizo cristalizar los ojos.
La abracé con el dolor de saber que era el último abrazo, la besé en los labios y le respiré al oído, así como siempre le gustaba, le sonreí. Atravesé mi cara en la trayectoria de su mirada y como un psicótico le sonreí, con mis dientes amarillos y separados, mi cabello despeinado, sonreí y le siseé.
Di un chasquido con los dedos. No reaccionó.
Tomé el teléfono en las manos, llamé a la policía y anuncié que se habían metido en mi casa, habían robado y habían asesinado a mi mujer. Como despedida le volví a besar los labios, le saqué el cuchillo del pecho y desaparecí en ese horizonte en el que sus ojos se habían perdido.