Frente a frente

Ilustración: Mitt Roshin

-¿Te gustan los tatuajes?- fue lo primero que me preguntó la tarde de domingo en que nos encontramos por primera vez.

-Sí, ¿Por qué?- le respondí.

-Por el like que me diste en Instagram ayer- sugirió.

-Ah, ese like- dije tratando de que no se me notara el interés- es que me gustó la frase que decía.

-Es lo que más me cuesta, es lo que más quisiera- me dijo.

Silencio, no incómodo. Sólo silencio. Así como decía la frase que llevaba tatuada en la ingle, donde se juntaba el encaje verde menta que había subido a Instagram: “Hacer silencio y pensar con el corazón”. La pensé como la venía pensando hacía ratos, nos hicimos compañía.

-¿Cuántos tatuajes tenés?- le pregunté.

-Tres- respondió y no dijo más.

Volvió a haber silencio. A hacer silencio.

Aunque quería decirle que me encantaba leerla, que me gustaría hacer del braille la forma para comunicarnos ante los poros erizados, la observé y la seguí pensando con el corazón, con el silencio que merecía.

Vi cómo sus labios se acercaron a besar el vaso de la malteada que estaba tomando. Sacó un libro y lo puso sobre la mesa, habíamos pedido alfajores para acompañar. Sacó el celular, tomó una foto. Se perdió ahí, en la pantalla de diez mil millones de colores, en full hache dé que había llegado en diciembre a sus manos.

Puso filtros y quitó luces, quedó perfecta. La subió a Instagram.

Como era costumbre los likes le llovieron. Luego siguió con el celular en el aire y subió una historia de ella tirándole un beso a la cámara, luego otra de la malteada, luego otra de un alfajor mordido, luego otra del libro abierto y yo, yo que tanto la pensaba, que tanto la anhelaba, me preguntaba si para eso quería silencio, si todo lo que estaba haciendo lo estaba haciendo pensando desde el corazón. Posiblemente no.

-¿Para qué haces eso?- le pregunté.

-No sé, me gusta- dijo.

-¿Y por qué en vez de estar pendiente de eso, no le prestas atención a lo que te digo?- pregunté de nuevo.

-¿Qué me dijiste?- contrapunteó.

-Nada, no importa. Voy a pagar- le dije.

-¿Qué pasó?- me preguntó.

-Nada. Que tal parece que de la única forma en que quieres pensar con el corazón es cuando te tocan virtualmente. Es más, yo que quiero abrazarte, debo resignarme a verte hacer monigotes con el rostro y poder tocarte por medio de una pantalla. Así, inalcanzable. Entonces me voy a ver si me hablas por Whatsapp, ya que en vivo fue imposible. Voy a ver si me tocas con el botón de toques de Facebook que nadie sabe para qué sirve, voy a ver si al menos, me das tu corazón en forma de like de Instagram o de Twitter, porque esa parece que es la forma que tienes para pensar con el corazón, para mostrar afecto, para sentirte cercana a quienes te queremos cerca.

Me paré, no tenía rabia, no tenía nada más para decir. Ella trató de agarrarme y decirme que empezáramos de nuevo. Le dije que estaba bien, que lo hiciéramos, pero que no ese día, que la próxima vez que nos viéramos íbamos a salir sin celulares ni nada que nos interrumpiera, quería tenerla sólo para mí al menos un momento.

Me dio un beso en la mejilla. Nos separamos. Apenas empecé a caminar, saqué el celular de mi bolsillo, le di un like a su foto de los alfajores y encontré que en Whatsapp había un par de mensajes que ella me había puesto mientras estábamos frente a frente, en ambos me pedía que la esperara un momento. Yo, sin saber que sentir, le respondí que me había cansado de esperarla, que nos veíamos luego.

No volvimos a hablar nunca más.