Estrellas en las manos V

A un Fantasma de Estrellas en las manos que quiere mojarse bajo la lluvia…

Tal vez el caminar de un sábado a las once de la noche se ha vuelto tan tradicional en la vida de ambos que en uno como hoy, acompañado por la lluvia que empezó a caer alrededor de hace media hora, vemos por la ventana cómo esta cae y amarga todos los planes que teníamos.

Su casa estaba empapada por las gotas que eran de un tamaño increíble para ser cierto pero tan reales que mojaban todo a su paso, hacían parecer que el cielo se estaba desquitando de tanto tiempo que estuvo sin enviarnos lluvia, tal vez para refrescarnos por ese calor eterno al que nos tenía condenados.

-Si tan solo no estuviera lloviendo, quién sabe dónde estaríamos- dijo.

Yo la miré, le besé el cuello, vi como se erizaba su piel, sonreí y seguí mirando por la ventana.

-¿Y quién dijo que no podíamos salir?- le dije.

-¡Mira ese aguacero!- me increpó ella.

-¿Y qué?, no pues que querías mojarte un día de estos, ¡Hagámoslo!

-¿Si? Y después es culpa mía que te enfermes, no, ni riesgos, yo no quiero que vuelvas a enfermarte.

-Relajate.

La tomé de la mano y la invité a pararse, me quité el buzo y abrí la puerta.

-¡Ah! ¿Y es que vas a salir sin buzo?- me dijo.

-Dios, busqué una novia y me gané una mamá- respondí.

-Maldito- Fue lo único que se atrevió a decir mientras sonreía.

Salí, sentí como las primeras gotas mojaron mi cabello, le extendí la mano derecha, ella miró mi estrella, sonrió.

-¿Estás seguro?, acuérdate que sufres de asma.- dijo ella.

-Como dice Aladdín “¿Confías en mí?”- le dije.

-Si.

-Entonces vamos.

Su mano izquierda, con su estrella dibujada, busco la mía, la impulsé a la calle de un jalón, se acurrucó en si misma al sentir el frío de la lluvia cayendo en sus hombros, me miró, me besó.

-¿En la cancha?-me preguntó

-Si, ¿no es lo que siempre has querido? ¡Vamos y nos sentamos en la mitad!- le respondí.

Ella alegre sonrió. En ese punto nuestras camisas estaban totalmente mojadas y el cabello de ambos chorreaba a montones, llegamos a la cancha, nos sentamos en la mitad, entre besos y abrazos, nos acostamos y empezamos a mirar para el cielo, sintiendo cómo las gotas caían sobre nosotros sin parar, sin compasión. Los besos fueron cada vez mejores, las estrellas que estaban en las manos y que se habían unido en nuestro caminar, habían dejado nuestras palmas azules porque el agua las había desteñido. Paró de llover, y ahí dejamos de mirar por la ventana y de imaginarnos todo, para salir a caminar en esa noche fría como era costumbre los sábados a las once de la noche.

7 comentarios

  1. esta tal vez es la historia que necesitaba oir, justo esta..muchas gracias por pasearte por mi blog.yo haré lo mismo con tu espacioun saludo navegantebeats

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