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Ambos se ganaban la vida a punta de tinta. Cuando se conocieron ya la tinta les inundaba el cuerpo, las manos se les manchaban a diario y ambos lo disfrutaban.
Él era escritor y los esferos que usaba a diario para escribir las veinte páginas que tenía que hacer por obligación le manchaban los dedos que al final del día eran tan negros y azules que no parecían de un ser humano. Ella en cambio, se ganaba la vida tatuando, llevaba tinta en su cuerpo, poca, pero su delicadeza en el trazo y su excelente trabajo gráfico, la convirtieron en una de las mejores tatuadoras del país.
Dicen que fue amor a primera vista, pero la verdad no fue así. Se conocieron, se presentaron, intercambiaron unas cuantas maltas y muchos chistes. Al final de la noche ella se fijó tanto en los dedos sucios de él, como en la estrella que llevaba tatuada en la muñeca derecha.
-¿Te gustan las estrellas?- preguntó ella.
-Si, ¿Por qué?- respondió él.
-Porque yo las odio- dijo ella.
-Pero vos llevás una en la muñeca izquierda- le dijo él entre carcajadas.
Ella sintió como los cachetes se le ruborizaron y ahí la flechó. Poca gente notaba el detalle de la estrella que estaba justo debajo del huesito de la muñeca izquierda. Tal vez esa, fue una muestra de interés de él para ella.
Luego de esa noche, empezaron a salir, a verse casi que a diario. Él la recogía en el estudio de tatuajes y le llevaba una que otra chocolatina. Ella sonreía, lo miraba a los ojos, le miraba la estrella y sonreía aún más.
En las noches, cuando la dejaba en casa, se despedían con un beso en las estrellas que llevaban ceñidas al cuerpo y así, con el olor de los labios del uno en la muñeca del otro se separaban.
Las estrellas tenían el poder de unirse cada que se tomaban de la mano. Ella no toleraba tomarlo con otra que no fuera su mano izquierda, así pintaban un cielo de dos estrellas, únicas, tranquilas, que volaban juntas entre nubes y se besaban cada tanto, cuando se apretaban con fuerza.
-Un día, te voy a llenar las manos de estrellas- le dijo ella al despedirse.
-Yo no quiero más tatuajes- respondió él.
-Pues te toca aguantarte- le dijo ella y lo besó en los labios.
Fue el primer beso, ese que lo llevó al cielo, lo hizo convertirse en una estrella y caer tan rápidamente que no pudo evitar chocarse con el mundo, mirarse la estrella en la mano derecha y besarla, tal vez así recordaba sus labios, tal vez así recordaba ese amor.
Amaba las estrellas y se había hecho la de su mano derecha esperando encontrar a una chica con ese mismo tatuaje en la mano izquierda, ese tatuaje que las uniera y las hiciera viajar. Esta vez, tal vez era para siempre.
Una noche, cuando él menos lo esperaba. Fue a recogerla al estudio, ella sin haberle dicho nada, lo hizo esperar en la puerta, alegando que no se demoraba. Pero la verdad si fue mucho lo que él tuvo que esperar.
Pasaron diez, veinte, treinta minutos y ella no salió. Así que él decidió entrar hasta su sala de tatuaje. Allí se encontró con una sorpresa.
-¿Te quieres casar conmigo?- le dijo ella.
-¿Qué?- preguntó él extrañado.
-Si, te dije que te iba a cubrir las manos de estrellas. Pues aquí están, abrelas.
Él sonrió, abrió las manos y vio como se le fueron llenando de estrellas de foamy verdes y amarillas.
-¿Pero no iban a ser tatuadas?- preguntó él.
-Pues es mejor que sean entregadas en las manos, así podrás ponerlas en la parte que quieras. Al menos ya están en tus manos, manos que quiero para siempre, atesoren las estrellas que toda mi vida he querido compartir y vengo cortando desde que tengo memoria amorosa, esperando a alguien que se atreviera a recibirlas- dijo ella.
-Yo las recibo y te juro que nunca las dejaré caer, simplemente porque en tus manos, la estrella más importante, está tatuada en la piel y ese es más amor del que yo algún día esperé- respondió él.
La besó, salieron tomados de las manos, ambas estrellas se juntaron en un cielo que quiso explotar, pero al final se quedó tranquilo.