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Era la chica nueva, venía de un colegio grande, pero por un descuido, perdió el año y sus padres decidieron no seguirle pagando el estudio allá, porque aparte de grande, era lejos de casa. La trasladaron para uno que quedaba a unas cuadras de casa y allá entró a cursar el decimo grado.
Su primer día, estaba cargado de matematicas y lenguas, español e inglés. El madrugón era grande, porque en el colegio se empezaba a estudiar a las seis y cuarto de la mañana, asi que para la hora a la que le daban la clase inglés, las once para ser exactos, le entraba el sueño y eran muchos los bostezos que salían de su boca anhelando la cama.
Pero apenas vio el cabello negro bien cortado, la camisa a cuadros, el pantalón caqui y los zapatos café bien lustrados, que acompañaban ese cuerpo fornido y esos ojos verdes, quedó flechada, y lo demostró con un suspiro, solo que nadie lo pudo oir, porque se camufló entre todos los suspiros que soltaron sus demás compañeras de la clase.
De ahi en adelante, se empezó a despertar más temprano, se peinaba muy bien el cabello, se maquillaba lo necesario, ni mucho ni poco, lo necesario, solo para llamar la atención del profesor, usó por primera vez perfume y luego de la alergia y los estornudos que causó el primer día, se acostumbró.
El profesor, de cuarenta alumnas, se fijó en ella, tal vez porque sabía que era más grande que las demás, asi que sin mediar palabra, un día, la tomo de la mano, la llevó al aula de clases y le robó un beso.
-¿Qué fue eso profe?- preguntó ella.
-Algo que quería hacer hace mucho tiempo y que al parecer tu también querías- respondió él.
-Pues, si, pero no, no me lo imaginé asi, tan de repente- respondió ella.
A partir de ese momento, algo se empezó a gestar entre ellos, la magia que se veía entre las miradas que se cruzaban durante la clase, era indescriptible, sonrisas iban y venían, como en las películas más sucias, él le pedía que se quedara al final de la clase para hablar con ella y asi nadie lo notaba. Nunca pasaron de besos y caricias, tal vez por respeto a la institución o porque llevaban muy poco tiempo juntos.
El año terminó, ella pasó a grado once y el profesor se sostuvo en su puesto, la relación siguió adelante. Ese diciembre, durante las vacaciones, él la llamó al celular, la invitó a salir y luego de que comieran en un muy buen restaurante, él pidió un taxi para seguir con la celebración de navidad al lado de ella.
Pidió que los llevara a un motel, de esos lujosos al sur de la ciudad, ella se sonrojó y le dio un beso.
Apenas entraron se abalanzó sobre él, que la subió cargada hasta la cama y allí la desnudó, entre besos pudo sentirla mojada, caliente. Ella lo fue desnudando tambien lentamente y vio como su cuerpo sentía erizarse con solo rozarlo. Al final, ella perdió su virginidad en los brazos de su profesor de inglés, entre miles de Te amo que se dijeron, por primera vez y jurandose para siempre. Lo hicieron en total tres veces en el día. No se verían hasta el año siguiente, celebraban navidad.
El celular de él sonó, el ringtone, la toccata y fuga de Bach, esa canción terrorífica que ha musicalizado muchas películas. Él contestó, se metió al baño, ella se vistió, estaban proximos a salir.
-¿Quién era?- Le alcanzó a preguntar cuando lo vio salir del baño.
-Nadie- dijo él.
-En serio, quiero que me digas quién era- insistió ella.
-Mi esposa, pregunta dónde estoy- respondió él.
-¿Cómo así, Eres casado y yo apenas me entero?- se enojó ella.
-Si, tristemente casado, pero felizmente enamorado- admitió él.
-¿Felizmente enamorado?, ¡No seas pendejo!- le gritó ella.
-Si, estoy demasiado enamorado de vos, pero tengo un compromiso con ella que no puedo romper- agregó.
-Está bien, andate con tu mujer, mientras a mi me ilusionas y ahora me rompes el corazón- dijo llorando.
Después de la discusión, ambos subieron al taxi que recién llegaba, no volvieron a verse sino hasta que empezaron nuevamente las clases en enero.
Él la volvió a conquistar, ella volvió a caer, se amaban mutuamente. El matrimonio siguió adelante, ella se conformó con amarlo, en silencio, como se lo había dicho en el motel en diciembre, para siempre.