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La primera vez que los presentaron se miraron sonrientes, se dieron la mano y conversaron hasta que la noche les empezó a cerrar los ojos del cansancio. Aunque no querían que las luces se apagaran, esa noche terminó con un beso en la mejilla, un suspiro atesorado en la garganta y una esperanza enterrada.
Se gustaron, pero como ambos estaban entregados a otras personas, decidieron ser prudentes. Se convirtieron en grandes amigos y así se adentraban en las madrugadas en conversaciones personales donde las sonrisas, el frío y las canciones se convertían en el mejor preámbulo de un amor que nunca vería la luz.
Se amaban, sí, se amaban. Porque a veces el amor no es solo tener una relación sentimental que conlleve al matrimonio, sino tener alguien que te llene el corazón y te arranque sonrisas espontáneas, sin necesidad de terminar en un goce físico.
Fue así como se fueron enamorando sinceramente. Él de la sonrisa de ella, ella del cabello desordenado de él. Se sumergían y se perdían el uno en el otro, sin tocarse, sin mirarse, incluso, a veces, sin hablarse. Pasaban el tiempo y no sentían que envejecían, ni lo perdían, cuando estaban uno junto al otro.
El tiempo les pasó frente a los ojos en pantallas de computador y se les fue metiendo en la vida; los alejó y se dedicaron solo a admirarse en la distancia. Solo llegaron a saber el uno del otro por medio de lo que internet les traía, supieron de sus alegrías y sus tristezas, se lloraron y se extrañaron, pero ninguno de los dos fue capaz de dar el paso para llamar al otro a pedirle compañía.
Y la tristeza los inundó.
Cinco años después, cuando ambos ya se habían olvidado, cuando dejaron de admirarse en el silencio de sus habitaciones, cuando no tenían con quiénes compartir sus días, la casualidad, a veces alegre casualidad, los llevó a reencontrarse en ese primer lugar donde la noche les cansó los ojos.
-¿Cómo estás?- preguntó él.
-Feliz, sin nada- respondió ella- ¿Vos?
-Bien, viviendo- respondió él.
Se sonrieron, se admiraron, se perdieron en la claridad de sus ojos, volvieron a sentirse y a fundirse en un abrazo, solo que esta vez al despedirse, no les dolió nada porque sabían que en cualquier momento iban a estar disponibles el uno para el otro sin que nadie se les interpusiera.