Foto: Archivo Personal
El hombre subió al colectivo, sus ojos cargaban un odio con la gente que no podría describirlo bien, su cara tenía un halo de tristeza, su cuerpo daba tumbos, llevaba una bolsa pequeña de color negro en la mano derecha, un bolso azul cargado a la espalda, una camisa amarilla entreabierta, un jean que pedía ser lavado ya y unos tennis Adidas superstar pelados por el asfalto, la gente en el Belén-Santra que me acompañaba en el viaje lo miraba con desprecio, el hombre buscaba asiento, yo estaba en la silla de atrás, su cuerpo fue acercándose, el único puesto que había disponible estaba a mi lado, él se sentó.
Su cara se dirigió a mí, sus ojos llenos de odio me miraron, para él era inevitable respirar, la agitación que traía consigo le impedía hacerlo nasalmente y por eso el aire se le escapó por la boca y rodeó lo que podía hacer parte de mi espacio en ese momento. Un vaho de aire amargo me rodeó, la mezcla era de Ron Jamaica, cigarrillo y sudor, tal vez insoportable, y más aun cuando el sol golpea fuertemente y calienta el colectivo a temperaturas infernales en las cuales no te aguantas ni a vos mismo. Su cara retrocedió, la mirada se agachó y se dirigió al piso, yo seguí su movimiento y encontré en la bolsa negra una boquilla, de esas de empaque tetra pack en el que vienen las salsas de tomate, pero que esta vez fue un aromatizante a ron durante mucha parte del viaje.
El hombre, poco a poco fue conciliando el sueño, sus ojos además de odio, dejaban notar un cansancio, como si no hubieran dormido en días, yo seguía mirando las actitudes de él que se quedó dormido.
El colectivo giró a la izquierda, el hombre despertó alterado, me miró, sus ojos seguían conteniendo odio, volvió a dormir.
El sol seguía calentando, yo sudaba demasiado, él dormía, casi roncaba. Su cuerpo se movió estrepitosamente, como cuando a mi me dan las pesadillas, abrió los ojos y empezó a llorar.
Lloraba de rabia, de dolor, sus ojos seguían odiando, me miraron fijamente, yo me asusté, había más odio que al principio, él metió su mano en el bolsillo, mi costumbre con los ladrones hizo que me arrinconara contra el vidrio a manera de protección, él sacó un par de tarjetas de cartón, tomó un sorbo de la bolsa negra, bajó su mirada, leía las tarjetas abiertas una al lado de la otra como si fueran un par de naipes, yo bajé mi mirada, el hombre triste, me había transmitido su tristeza, no pude detenerme y seguir leyendo ambas tarjetas.
Tenían la inscripción de la Funeraria La Piedad, una llevaba la foto de una niña, la otra la de una mujer de unos treinta años, una había nacido el trece de noviembre del dos mil seis, la otra el tres de agosto del setenta y ocho, la niña se llamaba Maria Camila Gomez Perez, la mujer, Maria Andrea Perez H, aparte de los apellidos, en lo unico que coincidían ambas era en que habían muerto el once de mayo del dos mil diez. El hombre siguió llorando, volvió a tomar otro sorbo de la bolsa.
es cruel la vida…
mil besos,Juanse***
Una historia triste, diría que de las mas tristes que tenes en el blog..lo más importante d etodo es q transmite ese sentimiento, me pasaré luego a comentar lo nuevo.. nos leemos juanse!
Es inevitable llorar cuando un dolor tan profundo te hace presión en el alma… 🙁
Que triste historia.
¡¡¡Abrazos!!!