El frasco de compota

compota

 

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Con la sonrisa de ser una pareja que se conoce hace mucho tiempo, tan perfectamente que saben los gustos el uno del otro, ella le entregó una compota de manzana a él.

La comieron juntos, cucharada a cucharada iban dejando su amor en el fondo de ese frasco, esperando ver al final el beso que siempre los esperaba cuando compartían una comida. Se sonrieron, se abrazaron, se besaron.

-Algún día te devolveré este frasco- le dijo él- quién sabe lleno de qué, pero lo devolveré.

Ella sonrió. No se imaginaba qué podría ser lo que contendría el frasco en el momento en que volviera a sus manos.

Así vivieron, pasaron los días, los meses, los años. Compartieron aún más compotas, la casa, la comida, los sueños, la vida. Tuvieron hijos, se hicieron viejos, se reenamoraron, se enloquecieron.

Los hijos crecieron, se casaron, se marcharon, se olvidaron de los viejos. Y ellos, ahí seguían, juntos, compartiendo cada cucharada de cada compota que cuando iban al supermercado, no podía faltar en el carro de compras.

Los frascos se iban acumulando en la cocina, servían para guardar botones, para guardar agujas, tornillos, para guardar basura, diría cualquier terrícola.

La vida, como a todos los viejos se les fue extinguiendo, él, preso ya de un cáncer que lentamente se le estaba comiendo los pulmones y sabiendo que era poco el tiempo que le quedaba, una noche, ya con su cabeza calva por la quimioterapia, con los huesos y los músculos débiles por la misma, llamó a su mujer para que se sentara a su lado en el sofá.

-Tengo algo que entregarte hermosa- le dijo.
-¿Qué será?- preguntó ella.

Entre las manos temblorosas de él lentamente fue descubriéndose un frasco de compota. Ella lo miró sonriendo.

-¿Qué es?- preguntó ella aún más extrañada.
-¿Te acuerdas del día en que me diste por primera vez una compota de manzana?- preguntó él.
-Si, claro, ¿cómo olvidarlo?- afirmó ella.
-¿Te acuerdas que te dije que algún día iba a devolvértelo?
-Si, también recuerdo eso- sonrió la mujer.
-Pues acá está, te lo devuelvo.

El hombre, con el temblor en sus manos, le entregó el frasco a su esposa, quien lo recibió suavemente para que no se les fuera a caer.
-Oye, pero este frasco está vacío- le dijo ella.
-No, no está vacío- agregó él- está lleno con todos los sentimientos que tengo para ti y que he guardado allí adentro para que los lleves siempre contigo.

Ella sonrió, al final del frasco, esperaba un beso, ese que le daba todas las noches antes de dormir.

Al otro día, el viejo no despertó, ella por más que lo sacudió, no logró que volviera a abrir los ojos, entonces abrió el frasco de compota y allí encontró su voz, diciéndole en el oído cuanto la amaba.